De paseo por Sevilla -alrededores de la Alameda- llega a mis manos una foto con su historia. La cámara de Arjona retrató en ella a Rafael de Paula en un soberbio doblón de aquellos con su impronta a un toro de Domecq. Alguien, observo, la reticuló a lápiz dividiéndola, con ayuda de una regla, en veinticinco casillas o gresites. Luce el papel, además, tres o cuatro salpicones minúsculos de pintura roja. Y es que se trata -de ahí la preparación- de la foto usada en su día por Benito Moreno para pintar en un lienzo a Rafael. Me la regala la hija del artista, cuyo retrato de José Monge Cruz ocupó, en su día, la cubierta del álbum Camarón nuestro.
La mañana continúa en esa línea de toques de atención taurómacos cuando paso ante el Donald y, en su cristalera, veo el cartel en que se invita a la afición a reunir las suficientes firmas como para forzar a la empresa de la Maestranza a poner a José Tomás en la feria. Pienso en el afiche y en la campaña al día siguiente, ya de noche, cuando nos acercamos al teatro de Fuente de Cantos, donde, si bien de otro Tomás, hay mucho tomasista desde que, en 1972, firmase aquí su primera gala como cantaor -junto a, entre otros, Funi, Ana Peña, Curro Malena o Manuel de Paula, que ya funcionaban- quien entonces era José El Claudillo y se incorporaría después a la historia del cante como José el de la Tomasa.
Esta noche, en que el Otoño Flamenco de Fuente de Cantos va acercándose a su fin con la concesión de la “alternativa” por José a su nieto Manuel, vemos a algunos que se acuerdan de aquella primera comparecencia suya, como Paco Zambrano, José María Sánchez Tanito, Luis Molina -presidente de la peña flamenca- o Manolo Cotano (Matamoros de segundo, por lo que debe descender de alguno de los caballeros victoriosos en septiembre de 1247, bajo el mando de Pelay Correa, en la batalla de Tentudía). Son tomasistas, claro, aunque de un tomasismo despojado del punto tremendista que es rasgo del ídolo de luces imbatido en su tancrediano pedestal, es decir, tomasistas de un tomasismo, si bien buscador siempre de esos sonidos negros que son aliento de una estirpe egregia del cante, de ribetes más templados y prudentes. De arrimones los justos, por tanto,
De la Alameda como Tomás Pavón y, como él, aficionado a la pesca, José recuerda antes de la gala, durante la presentación del libro dedicado por Carlos Martín Ballester a la figura de su tío abuelo -Manuel Torre– que, con su pluma y su obra de remasterización, el investigador ha obrado como el egiptólogo que penetra en la mastaba e insufla de nuevo hálito de vida a la momia faraónica. En representación de la autoridad de la Doble Corona del Alto y el Bajo Egipto proceden después Carmen Pagador y Luisa Durán -alcaldesa y concejala de cultura, respectivamente- a entregar al hombre de letras y al mayor de los Tomasa, en recuerdo de la velada, una pequeña estatuilla de Zurbarán.
Luego, las pinceladas de los flamencos tintan el lienzo, el bastidor y el caballete de la noche por malagueña, alegrías, siguiriyas, soleá… invocando a la inspiración las guitarras de José de Pura y Nono Reyes, rezumantes de sabor y solera ambas, con mucho peso la del segundo en tramos por siguiriyas y soleá. Desde la apertura por tonás al cierre por bulerías, Manuel de la Tomasa repite el éxito ya logrado en la peña merced a lo natural y afinado de su eco y a un empuje juvenil cimentado sobre sólidas bases tradicionales. Y en la entrega de trastos deja patente el abuelo, por soleá y fandangos en especial, que no son baladíes ni la nombradía ni el prestigio ganados por él en el cante. Y es que, igual que la imagen reticulada en gresites nos da un mosaico y, por fin, un Rafael transfigurado por el óleo, el pincel de la garganta reticula el aire y deja ahí, en el éter, sus propios y olorosos cuadros por tientos o taranto.
Toman asiento en el patio de butacas Antonio Reyes, que ha acompañado a su hijo; Salomé Pavón, preparando ya la zambomba navideña; Juan Vargas, cuya guitarra acompaña mañana a Kaíta y Alejandro Vega en Quintana de la Serena; y Miguel Vargas, a quien José dedica la malagueña. Luego, de la peña, salimos avanzada la madrugada y llueve con fuerza, pero sin que ello nos prive de llevarnos para nosotros unos cuantos mosaicos inmunes al agua, pues es la memoria su guardiana.
Foto de Archivo VPF por Carmen Fernández – Enríquez
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