Ecos de fragua sonaron por Martinete, cerrando los ojos pudieron escucharse los golpes en el hierro, Antonio Ingueta solo en el escenario mostrando un timbre inconfundible de voz, una forma muy peculiar de expresar.
Capaz de acompañarse a sí mismo, por Granaínas y Levante, donde de nuevo el eco retumbaba en la mina. Sonaron también Bulerías por Soleá. Ya con Vaky y Luky Losada sobre el escenario, el primero a la guitarra y el segundo al cajón, llegaron las alegrías, los tangos y el final por Bulerías pero fue en la Seguiriya donde sentimos estar en una cueva, ecos otra vez, sí.
Y por supuesto, tratándose del último eslabón de la saga de los Rubio, el bis tenía que ser por Fandangos, acordándose de su abuelo Antonio, fandanguero que ha hecho a tantos y tantos grandes partirse la camisa.
Ingueta, muy habitual cantaor de atrás, decidió cantar «alante» en este ciclo, «Madrid Flamenco», que bajo la dirección de Pedro Ojesto, ha querido dar su sitio a diferentes artistas hijos de esta ciudad. Fue en la Sala Guindalera donde Antonio supo dar lo mejor de sí y se hizo con el público. Su particular estilo artístico y personal marcan diferencia con cualquier otro cantaor de su generación y consiguió con su arte que los problemas de sonido fueran insignificantes, pues llenó de metal esta sala, en la que no hubiesen necesitado amplificación alguna ya que la garganta de este trovador es capaz de sobra de interpretar al natural.
Con la esperanza de verle muchas más veces como protagonista de recitales y de que este «Madrid Flamenco» tenga una larga vida, acabó esta noche de jueves en la que disfrutamos sin duda del mejor plan.
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