Siguiriyas a la Luna

No hizo falta usar como abanico nuestra revista –Cultural Flamenca Extremeña, que acaba de salir y que tan generosamente han ayudado a publicitar pesos pesados como Curro Romero, Tomatito, Raimundo Amador, Jorge Cadavall, Javier de Juan o José Maya- pues el clima se suavizó hasta el punto de que, a eso de las cuatro de la madrugada, cuando a la luz de la luna Salomé Pavón, Alejandro Vega y Daniel Castro se medían ya entre amigos y por bulerías en la terraza del Bar Salas, hacía casi, casi hasta fresquito. Se celebraba el éxito unánimemente proclamado de la III Noche de Arte Flamenco de Fuente de Cantos, solar de Zurbarán donde es ya prácticamente seguro que este año se inaugure un museo del flamenco contando como principales y valiosos fondos con los recuerdos atesorados en la colección de Manuel Yerga Lancharro, estudioso durante décadas de este arte.

El arrobado público se había quedado prendado ya por la tan gitana estampa que abrió la velada con Salomé Pavón, Herminia Borja y Mari Peña -ecos, solera, empaque- cantando al golpe por soleá en torno a una mesa. A partir de ahí todo fue un entusiasmo in crescendo, lo mismo con el número instrumental de los Vargas y el solo de Miguel que con el enjundioso baile por soleá de Carmen La Parreña -estandarte bailaor de Extremadura- animado por la garganta de Juan Antonio Rodríguez y convocado por la sabrosísima entrada de Manolín García, la malagueña de Daniel Castro también con la sonanta de éste a su izquierda o los tangos acompañados por Miguel Vargas de un Alejandro Vega que suena por ahí con un mordiente que ya no muchos lucen.

A Salomé Pavón, que remató su luxuaria y siempre distinguida zambra con una jaleada, intensa e hirviente siguiriya de Tomás, de esas que dan la vuelta a todo, se le unieron por este palo mayor en la corbata del escenario y con sus letras y sentires Herminia Borja -arquetipo flamenco, madre de La Tana y a quien algunos llamamos la Whitney Houston gitana por el sello con que engarza el soul, la ranchera o el jazz por bulerías- y Mari Peña, cuya garganta parece hacer aflorar a la superficie los metales yacentes en los centros de la Tierra. Las tres se dejaron el corazón sobre las tablas dando lugar con su duelo siguiriyero a uno de los pasajes más incandescentes de una velada que de por sí transcurrió de principio a fin al rojo vivo.

Estampas como la de Daniel Castro y Juan Antonio Rodríguez cantando por romance y martinete desde los balcones que dan a la plaza o la de Alejandro Vega, rey de los jaleos de la Plaza Alta, recreando La Salvaora quedan en la retina y en el oído del alma, así como la interpretación instrumental del Carcelero por Ostalinda Suárez, Rosa Escobar y Juan Vargas, flauta, viola y guitarra que se amalgamaron en serpeos de subyugante belleza. Hubo otra composición de Ostalinda Suárez con Manolín sobre la silla poco antes ocupada por Juan Vargas que daría también para mucho y bueno que decir. Josué Suárez -percusión sello Porrina– y José Emilio Jiménez al bajo dejaron detallazos de lujo en el sendero conducente hacia un tremendo fin de fiesta en que se ayuntaron los melismas de la ópera flamenca con los de la Plaza Alta y el cuplé por bulerías donde en Utrera han sido maestros y que sonó con una factura de altísima categoría

Emotiva asimismo fue la entrega por Salomé Pavón y sus alumnas, al término de la gala, de una placa a la peña de Fuente de Cantos, conmemorativa de sus cincuenta años de excelencia al pie del cañón y recogida por Luis Molina, su actual presidente, y socios de primera fila como Jenaro González, Manolo Cotano y Mati Martínez Sanvicente. Después, Manolín García emprende camino hacia una gala en Huesca. Juan Vargas hacia Salobreña, donde acompaña mañana a David de Jacoba. Hacia Badajoz parte La Kaíta, que no ha querido perderse el festival. Un placer haber visto también a Antonio Moya, cuya guitarra ha propiciado desde el cante de Chocolate o Chato de la Isla -me vienen a la cabeza- hasta el de los benjamines de hoy. ¡Despedimos a todos con un brindis!

Ha sido una noche, en fin, maravillosa aun sin anotar en su haber las genialidades escuchadas ya por la tarde durante el ensayo improvisado por las cantaoras en la terraza de la Venta del Gato o, luego, las espolvoreadas en los camerinos por Alejandro Vega por siguiriyas o Miguel Vargas por tangos… Además de una cita ya consolidada cuyos organizadores no pueden correr ya el riesgo de defraudar la expectación levantada. Con el favor de la Luna y de San Roque cuentan, desde luego.



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