Por Extremadura la bella

Casi tres lustros lleva Paco Zambrano, principal impulsor, estudioso y difusor en las últimas décadas de la herencia honda extremeña, organizando el Otoño Flamenco en su pueblo natal, Fuente de Cantos, patria chica también de Zurbarán y Antonio Megía, fastos que suele dedicar a algún cantaor de la tierra, como a Enrique El Extremeño en la edición pasada. En esta ha sido el agraciado el emeritense Juan Cantero, eco asolerado en los áureos días de los tablaos de Madrid, a los que se subió siguiendo la estela de Porrina para convertirse en cantaor largo e influyente y en una fuente fundamental en el cante por jaleos y tangos, además de dejar a la posteridad discos en los que el quejido de su garganta nos es servido envuelto por las dolencias de tan enjundiosas guitarras como Sabicas, Paco de Lucía o Pepe Habichuela. Como Salomé Pavón ha sido invitada a actuar en la última y principal velada del ciclo, para allá que nos vamos.

En la carretera adelantamos a un camión cargado de balas de paja, encuentro proverbialmente considerado deparador de buena suerte. No es, pues, de extrañar que, apenas nuestro Mercedes –porque a Extremadura pega ir como Porrina, en Mercedes, aunque sea viejo- ha metido el morro en el término municipal de Fuente de Cantos, quiera la casualidad que el primer coche con que nos crucemos, y a cuyo conductor preguntemos por el emplazamiento de nuestro hotel, sea… ¡el de Paco Zambrano! Eso es empezar con buen pie. Soplan temperaturas y brilla una luz de verano sobre la piel de los dorados otoñales. La Fábrica, el hotel rural donde nos ha reservado Paco alojamiento, queda a la vuelta de la esquina y es, como su nombre apunta, una antigua fábrica de harina reconvertida en hospedería. Y de su complejo, para mi sorpresa, forma parte -además de una fuente, acaso la que diera nombre al pueblo, coronada por un querubín- ¡un cine! Pocos pueblos cuentan ya con un templo consagrado a los Lumiére según disponen los cánones clásicos. Este, además, ofrece una programación regular de estrenos. Mañana echan Toc Toc y, pasado, Thor. Aquí nos deja Paco para que nos instalemos, quedando en pasar más tarde por nosotros.

El dueño, alto, con gafas, barba y rostro bondadoso, nos da la llave de nuestra habitación en el primer piso: la 101. Amueblada con gusto antiguo, su techo de madera barnizada brilla muy por encima de nuestras cabezas, y preside la cama un cuadro con un ángel parecido a los de William Blake que desciende de las alturas para levantar, abrazándola, a una mujer desnuda. Al elegante cuarto de baño no le hubiera puesto Agatha Christie ni un pero.

Paco retorna a la hora acordada y nos invita a comer con su mujer, Teresa. Vamos primero a degustar el aperitivo al antiguo casino, donde se nos une uno de los “señoritos” fundadores, el jocoso y afabilísimo Rafael Quintanilla de Gomar, tío político del rejoneador Leonardo Hernández. Aparecen Isabel Pizarro y otros amigos. Alguno vio bailar a mi madre, ya tiempo atrás, en la sala de fiestas que tuvo en Mérida el dueño del Hotel Las Lomas. “¿Salomé Pavón? ¿La nieta de Caracol?”, pregunta alguien. Y surgen en la charla, claro, las anécdotas de aquel genio, entremezcladas con las de Farruco, los Pavón, Porrina y flamencos de la tierra como Indio Gitano, Ramón El Portugués, Antonio El Camborio y, sobre todo, el querido Juan Salazar, hijo de Porrina y de quien fuera Paco uña y carne. Ligamos el muletazo para proseguir con el tapeo en el Quinito, donde Teresa subraya la tremenda afición al flamenco de Talavante, nada de extrañar por lo mucho que ambas artes han convivido siempre en la tierra de Juan Mora, los Sandín, Gil Marín, Ferrera… El otro día me mandó Paco un vídeo de Miguel de Tena -hoy, el rey del fandango cinegético y que inauguró días atrás esta edición del Otoño– cantando a un Perera en pleno trasteo desde el tendido de la plaza de Zafra.

Y bueno, hay que dormir la siesta, pues la jornada se prevé intensa. Es ya casi medianoche cuando llegamos a la sede de la peña flamenca, que pronto cumplirá el medio siglo de andadura y ahora preside como excelente anfitrión Luis Molina. Los socios conservan, enmarcado, el cartel del primer festival flamenco -con Miguel Funi, Ana Peña, Manuel y José de Paula, Curro Malena, Gerena, Perro de Paterna, Pedro Bacán…- celebrado en Extremadura. Corría 1971. Y también el del segundo: Antonio Mairena, Fosforito, Chocolate, Matilde Coral, Melchor de Marchena… Desde sus retratos colgados de las paredes nos escrutan de reojo Camarón, Porrina, Paco, Chocolate… Se sirve excelente vino blanco de Los Santos de Maimona, donde nacieran José Salazar -marido de La Cañeta– y los padres de Juana la del Revuelo. No demoran su aparición los flamencos protagonistas de la velada de la tarde en el teatro, que ha presentado Paco al alimón con María Isabel Rodríguez Palop, columnista de El Periódico Extremadura: Jesús Ortega, formado en la compañía de Cristina Hoyos y triunfador en su baile por cantiñas y taranto, una Yoko Tamura que ha lucido la bata de flamenca con gran elegancia por soleá y dos jóvenes gargantas de la tierra: Solomando, que nos ha gustado mucho por vidalita, y Fefo, buen metal por tangos. Falta Ramón Amador, cuya guitarra ha sonado con magna flamencura y, seguramente, ha tomado ya la carretera de vuelta a Sevilla para llegar a tiempo de tomar una copa en el Tronío de la calle Pureza. Puntea las cuerdas el tocaor oficial de la peña, Domingo Díaz, jerezano afincado aquí desde hace la tira, y cantaores y bailaor nos deleitan con una pincelada.

Charla, risas, picoteo y… vuelta a La Fábrica. Al día siguiente, cuando bajamos a desayunar, ha llegado ya al hotel con su mujer Antonio de Badajoz, cantaor aficionado muy conocido en las peñas de Madrid y que, por amistad con Cantero, no ha querido dejar de aportar su contribución al homenaje que hoy va a tributársele. Paco y Teresa nos llevan a los cuatro a saborear una riquísima sopa de picadillo en La Venta de Gato, casi adosada a un antiguo silo para el grano y sobre cuyos muros acaricia el sol los carteles anunciadores del paso de Cayetano Rivera por la feria de Zafra… de los que luego se cayó previa presentación de parte facultativo. Hubiera puesto el No hay billetes, sin duda. ¿Cuánta gente vive aquí, por cierto? Pues Fuente de Cantos, rememora Paco, llegó a contar unos doce mil habitantes, reducidos hoy por el éxodo rural a cosa de cinco mil. Teresa recuerda haber visto un día, siendo niña y de camino al colegio, el primer autobús de gente camino de Avilés, primer destino preferido por una emigración que después se decantaría por Barcelona.

Chupito va y viene, cae la tarta de queso, caen los cafés, cae la tarde y, apenas sin habernos dado cuenta, estamos a la puerta del Teatro Municipal. Miguel y Juan Vargas han llegado ya de Mérida. La Kaíta y El Peregrino, con Alejandro Vega al volante, lo hacen desde Badajoz poco después. Arriba Cantero con su sonrisa, su bastón y sus familiares. Saludamos a Quique Herrera y Laila Rojo, asiduos del Nuevas Redes de Badajoz. De Francia han venido Laurence Mazoyer y Hasna Kasmi, además de François-Xavier y Cathy, que están escribiendo un libro sobre La Kaíta y, con ese solo y específico fin, andan buscando casa en algún confín de la frontera luso-extremeña. ¡En ardua tarea, aunque no cabe duda de que prometedora en emociones, se han embarcado! Y llega Paulo Molina con su mujer, Carmen La Parreña, bailaora de tronío… Y la Alcaldesa, Carmen Pagador. Y Tony Álvarez, directora del Centro Extremeño de Artes Escénicas y de la Musica de la Junta de Extremadura. Con o sin éxodo a la ciudad, cosecha la sala muy buena entrada.

Se apagan las luces, Paco Zambrano elogia desde la corbata y ante el respetable la figura de Cantero, sentado en primera fila, y rompe plaza -con Manolín García a la guitarra- el cante de Francisco Manuel Pajares, quien se acuerda en sus letras por cantiñas de la izquierda de Talavante y la solera de Juan Mora, corriendo las telas con soltura y donaire por este palo antes de troquelar una buena tanda de fandangos de Huelva. Con Domingo Díaz a cargo de la sonanta, le sucede sobre la anea Antonio de Badajoz para, con su timbre rocoso, dejarse ver por soleá de Alcalá y Charamusco antes de regalarnos un sartal de fandangos naturales, inspirados por, entre otros, su admirado Paco Toronjo. Y, con Joaquín Muñino a la guitarra, llega -ojos claros de ave siempre alerta y porte de senador romano- El Madalena, un histórico de la cantera cantaora de la Plaza Alta, gran conocedor de los aires por tangos que, tras los lances de recibo por caracoles, se gana los olés por el mimo con que mece el cante del que se enamoró en su niñez.

Foto cedida por Tony Álvarez González
Foto cedida por Tony Álvarez González

Tras él, la primera mujer de la noche es Salomé Pavón, cuyo doliente desgarro por trilla y tonás arranca fuertes olés a la concurrencia antes de que las suntuosas guitarras de Miguel y Juan Vargas la acompañen por tientos azambrados y bulerías por soleá, palos que borda con exquisito cromatismo y durante cuya ejecución continúa siendo recurrentemente jaleada por el público. Tras recoger Salomé junto a los tañedores la ovación, adviene el momento del baile, encarnado en la figura de una Carmen La Parreña que es, decididamente, una de las bailaoras que, con diferencia, más nos han gustado en bastante tiempo. Sus redondos plantes y su cuajado braceo otorgan señorío a un baile que bebe de la fuente de Manuela Carrasco y excelentemente fundamentado. La acompañan con pasión y entereza al cante su marido Paulo Molina y Pajares, y suena con solemne y flamenquísimo peso la guitarra de Juan Vargas, a quien no habíamos escuchado antes tocar para el baile. Volveremos pronto a verle en idénticos menesteres -en la Caracol madrileña- inspirando junto a Joni Jiménez el de Farruquito.

Foto cedida por Tony Álvarez González
Foto cedida por Tony Álvarez González

Se va acercando el final de la gala. Los tangos y jaleos, así como ciertos de sus intérpretes, y, por tanto, la rueda cantaora que, bajo el timón de las guitarras de los Vargas, se monta ahora para rendir homenaje del más explícito modo a lo que Juan Cantero ha significado en el flamenco, despierta en mí, aparte de añoranzas, sentimientos y benditas vivencias, resonancias de lecturas de infancia relativas a aquellos imperios de Sudán, Ghana o Mali que, en el año 1000 y a través de los comerciantes árabes, vendían sal y especias a los cristianos a cambio de su peso en barras o polvo de oro. Es así como hay que calcular el valor de ciertas manifestaciones artísticas. Como coleccionista filatélico que durante bastante tiempo fui, puedo decir con conocimiento de causa que más vale tener sello que sellos. Y de nuevo -como en la intervención junto a Salomé, en tándem con la de su hijo Juan- la guitarra de Miguel vuelve a acariciarnos el alma con ese son tan de los gitanos de su solar pero que, a veces, no sabemos si nos llega de un cafetín zíngaro de París o del aduar de una caravana detenida en su ruta hacia Tombuctú, pues así de primordial y de melancólicas suenan estas sonantas en manos de los Vargas.

Al son de su toque luxuario se abre el corro con el cante por jaleos de Alejandro Vega. Hijo de la Hipólita que reinara en la Plaza Alta y tío de Remedios Amaya, redondea los melismas con un gusto y un cálido duende que, ahora mismo, no sé si destila por este palo algún otro cantaor del escalafón. ¡Sello de la casa! Suenan, claro, los olés para esta voz que es puro sentimiento. Le sigue por tangos Salomé Pavón con un cante magnífico en su iridiscencia, de adamantinos acentos y en el que, entre olés de la afición y guiños a Las Grecas y a Pastora, acopla un fandango a ritmo antes de que, por jaleos, Paulo Molina labre también sus personales candelabros de bronce con un eco viril, valiente y entonado en buena fragua. Luego, para inspirar el baile de Parreña y Peregrino -que, a sus más de setenta años, está en bailaor puntero y arrea candela y echa chispas de punta a punta del escenario- se hace presente La Kaíta, siempre esperada y que saca al toro del caballo con esos bravos relinchos suyos, tan de los gitanos de Extemadura, herencia de Porrina y que, en este momento, tal vez no tengan rival cuando salen de su boca. Con el fondo melódico de las guitarras de los Vargas, esto se convierte en una vivencia inolvidable.

El patio de butacas se remueve ya al rojo vivo cuando sube Cantero al escenario a recibir el homenaje de la Alcaldesa, de Paco Zambrano, de Luis Molina y de las autoridades culturales de la Junta. Como no podía ser de otro modo, y antes de invitar a honrarnos con su precioso eco a su nieta Pilar, quiere dejar su huella por tangos y jaleos y lo hace con la contundencia y el peso y la épica valentía que siempre le han distinguido. ¡Loor a los viejos guerreros del flamenco!

De ahí, a la peña, poblada de sonrisas de satisfacción y donde se aguarda a los artistas con sacas de parabienes. Kaíta no se retira muy tarde, pues esta misma noche se espera un alumbramiento en la familia, y Alejandro, aunque no le apetece irse, como tiene que llevarla, se va. ¡Qué le vamos a hacer! Ya bien hundidos en la madrugada, suenan en la peña de la calle de la Esperanza las siguiriyas con sabor a azúcar quemado y las bulerías de Salomé con Miguel y Juan a la guitarra. Y los airosos tangos de Madalena. Y un fandango en boca de un nieto del padre del estilo, Pérez de Guzmán. Y reímos con Paco Muñino, acuñador de tan original palo como la saeta por Huelva. El año que viene, me dice Paco, el Otoño estará dedicado al Niño de Badajoz, partido hace no mucho hacia el Paraíso de los bohemios con arte.

Y bueno, todo esto acaeció anoche. Ahora estamos ya desayunando en La Fábrica mientras su propietario, Juli, nos cuenta qué le movió a inaugurar un cine en estos tiempos de agonía del sector.

-Desde niño, siempre quise tener uno –dice.

Así de sencillo. Ayer, asegura, metió en la sala cincuenta y tantos espectadores, lo que está claro que le erige en peligrosísimo rival de la Gran Vía madrileña, donde las proyecciones raramente cierran la contaduría con la mitad de esas entradas vendidas. A la hora de pagar los cafés y las tostadas, Juli rehúsa amablemente y con un gesto como diciendo:

-¡Qué bobada!

No es sólo, pues, un romántico del Séptimo Arte. También es un romántico de la hostelería.

Apurados los cafés y guardado el equipaje, encendemos el Mercedes. Ronronea el motor, bajamos los cristales de las ventanillas y nos cosquillean en el alma los sones de estos dos días. ¡Hasta pronto, Extremadura, tierra de conquistadores!

Foto cedida por Francisco Zambrano
Foto cedida por Francisco Zambrano


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