Para Deleite de Dios y de los Hombres

Parto hacia Plasencia con el ánimo del que en el cuento de Benet envía a su criado a comprarle su destino en el mercado con no otro fin que desembarazarse del determinismo astral, y a poco más de una hora de haber salido de Mérida nos saluda ya, apenas cruzado el puente del arroyo Los Membrillos, el impávido toro de Osborne. En nada, estamos bordeando la muralla y estacionando el coche junto al bonito y coqueto Teatro Alkázar, más o menos del aforo del Pavón de José Maya en Madrid, junto al que abre sus puertas un restaurante que luce en su frontispicio el logotipo del flanín preferido de mi infancia –Chino Mandarín– y en el que la Peña García Matos nos ha convocado hoy para su gala flamenca de cada año. Se llena el patio de butacas, en el que, en lo que a concurrencia artística se refiere, reconocemos los rostros de Juan Manuel Moreno, que acaba de brindar al sol su primer álbum como tocaor solista, y Niño de la Ribera, que debutara como novillero en 1950 y plantara cara a los astados en las capeas de entonces antes de pasarse con armas y bagajes al escalafón de cantaores, siendo hoy el decano de los de Extremadura. ¡Buen detalle, el de ir a aplaudir a los compañeros!

Para fortuna del respetable, a la guitarra van a abrazarse durante toda la velada Miguel y Juan Vargas, desplegando esa alfombra de solera y ese perfume de especias pasadas con mimo por el molino de los sueños e imprescindibles para que los momentos de inspiración de los cantaores cuajen en perlas para el recuerdo. Todo comienza, pues, bajo los mejores auspicios.

¡Ya salen los artistas! Caldeado el ambiente por las guitarras, rompe plaza -pañolón de lunares al cuello- Francisco Escudero Perrete – dos lámparas en el último concurso de La Unión – y que tiene en la calle un disco – Quiso Dios – que con encarecimiento les invitamos a escuchar. Tras una lucida presentación por granaína rematada con aires abandolados, pasa a tomarse la temperatura por jaleos. No termina ahí, pese a ser uno de sus palos emblemáticos, de dar su más alta nota, pero se bate con arrojo y afinación por siguiriyas y desgrana una serie de melismas por Levante que dejan muy buen sabor de boca. Además, fandanguero a la antigua usanza, del aire del Sevillano y Carbonerillo pero, sobre todo, apegado a los moldes y el espíritu del gran Porrina, arranca legítimos aplausos en el borde del escenario. Cantaor enfibrado en las décadas de 1950 y 1960, en cada actuación consolida su cartel, por lo que está llamado a ser uno de los nombres que cuenten en la de 2020. Está claro, pues, que los viajes en el tiempo existen.

Las palmas que le despiden enlazan con las tributadas a modo de recepción a Patricia Ibáñez, bailaora jerezana hasta hoy inédita para nosotros y que, inspirada por el cante de un Juan Suárez a quien conocimos rebuscando libros de Nietzsche por los estantes cuando estudiaba filosofía en los Madriles, nos deja disfrutar de su buen hacer en una soleá por bulerías con patentes referencias estilísticas a la bailaora que más ha marcado a las dos generaciones siguientes: Manuela Carrasco. Cae el telón, sale la gente a orearse y echar el pitillo y toma asiento para la segunda parte, en la que Salomé Pavón abre en la corbata por toná y trilla para estudiar el campo de la batalla y sigue, ya sobre la enea, por tientos y tangos, comenzando a calentarse de verdad en la soleá por bulerías.

Aborda a continuación una zambra compuesta en su día por Arturo Pavón para Luisa Ortega y que viene a erigirse en, quizá, el pasaje con más magia de la noche. La introducción instrumental con las guitarras de los Vargas, la percusión muy medida de Aitor Moya y la sensibilidad de un José Jiménez a quien, recientemente lanzado a los escenarios, hemos escuchado muy poco, pero lo suficiente para constatar -sobre todo, por lo hecho en esta noche- que es un magnífico bajista, dotado de un sentido y un gusto musical especiales… Ese prólogo, decíamos, espolvorea -por la pureza chisporroteante y con esquirlas djanguistas con que brota- un clima anímico especial. La cantaora se emociona y esa emoción trasciende y prende en el público, que jalea con férvidos olés las lumbraradas de su garganta. Además de un homenaje a corazón abierto a un cierto flamenco “de cámara” muy poco abordado en los últimos tiempos sobre los escenarios pero que, en su caso, forma parte de su biosfera artística natural, su cante es aquí elocuente ejemplo de cómo el talento y la magnificencia flamencos residen en eso, en acertar a –“Para deleite de Dios y de los hombres”, como reza el lema que otorgara Alfonso VIII a Plasencia tras fundarla- hacer contener el aliento a la afición merced a la exposición sin ambages de las heridas del alma.

Tras redondear Salomé por fandangos caracoleros su éxito de impecable factura, pone el fin de fiesta, con el concurso de todos los artistas acartelados, lucido broche a una velada transcurrida -en cuanto a arte y público- a plena satisfacción de sus promotores… por no hablar de la cosa sideral.

Porque pienso luego en que últimamente, aunque siempre me entere a toro pasado, soy hombre perseguido por los cuerpos errantes del espacio exterior. A toro pasado, en efecto, supe que un aerolito en llamas surcaba los cielos mientras me hallaba en Pamplona escuchando a Estrella Morente en su Amor Brujo sin que tampoco Paco Suárez, que manejaba aquella noche la batuta, se percatara. Y a toro pasado me entero también ahora de que, a la par que nos estremecíamos en Plasencia con la zambra de Salomé Pavón, iba el cometa Encke camino de impactar contra la atmósfera no muy lejos de nosotros y de, como leeremos después en el comunicado de EFE, tornar por un instante la noche en día. A nosotros, entonces ya de regreso, la espesa niebla – antes de sumergirnos en la cual la Benemérita nos hace soplar – nos impide contemplar el tan fugaz como significativo fenómeno. Pero bueno… De sobra tenemos con las auroras por sorpresa y las estelas dejadas a su paso por los cometas flamencos, que nos conducen de tan buen ánimo desde el toro de Osborne de antes hasta el que cae ya cerca de Fuente de Cantos, justo pasado Calzadilla y sí, por ahí por donde las placas solares. ¡Es la luz del duende, luz azambrada y verddera por ser no sideral, sino celestial! ¡Tierra viva, que no estéril…!

Foto cedida por Jorge Biancotti.



Si te apasiona el flamenco y quieres recibir en tu e-mail las últimas novedades de VPF, suscríbete ahora:

¡Quiero suscribirme al newsletter!


No Responses to “Para Deleite de Dios y de los Hombres”

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *


  Acepto la política de privacidad

Información sobre protección de datos:

  • Responsable: María Larroca
  • Fin del tratamiento: Controlar el spam, gestión de comentarios
  • Legitimación: Tu consentimiento
  • Comunicación de los datos: No se comunicarán los datos a terceros salvo por obligación legal.
  • Plazo de conservación de los datos: Hasta que no se solicite su supresión por el interesado.
  • Derechos: Acceso, rectificación, portabilidad, olvido.
  • Contacto: maria@vivepasionflamenca.com.
  • Información adicional: Más información en nuestra política de privacidad.

*

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies