Llegó el 10 de Febrero y nos fuimos a la Frontera… La Frontera de lo ortodoxo y la vanguardia más absoluta, la frontera entre la creación y la inspiración de lo creado por otros, a la frontera entre los 80 y la actualidad, y al viaje entre Jerez y Madrid acompañados por los Sordera y Los Rubio.
Por primera vez en la Sala García Lorca de la Fundación Casa Patas, el más variopinto de los hijos del gran Manuel dejaba su más pura esencia. Sabía donde venía y es prácticamente imposible cruzarte con Sorderita y que no te sorprenda. Así que el fundador de Ketama arrancó su recital con una primera parte de cante por derecho haciendo Alegrías, Soleá, Tarantos… Desde su perspectiva siempre y su personalísima e inconfundible voz. Sin dejar pasar ni un solo momento entre cante y cante para reivindicar que la música esté en este tipo de espacios. Demostrando que aunque él haya tirado por otros derroteros su cuna es la que es y conoce el Flamenco y su profundidad como pocos.
He tenido conversaciones con él muchas veces, José y yo nos conocemos hace tiempo y siempre he aprendido algo nuevo, siempre me ha enseñado un punto de vista diferente sobre todo asunto que hayamos tratado. El primer día que le conocí me dijo – «yo soy un obrero del arte» – frase que le he escuchado después en cada actuación pero es que este lema suyo es difícil de igualar con tal exactitud para definir lo que es él.
Le acompañaba a la guitarra Camarón de Pitita, que si José es especial, este guitarrista viene de otra saga que se caracteriza precisamente por eso, por marcar la diferencia en todo lo que hacen, en todo lo que crean, a él también se le puede atribuir el lema de Sorderita. El de los Rubio arrancó lo olés en múltiples ocasiones pero tras el descanso se marcó una versión a las cuerdas de «My Way» en la que dejó absorto al respetable por su sensibilidad.
Se sumaba a ellos la percusión de un José Soto «el Boy», hijo del protagonista, que aunque estaba bastante nervioso pues hacía cuatro años que no subía a un escenario, resolvió muy bien su papeleta. Su padre le dio su sitio en un par de temas, fuera ya de lo jondo, pues José no podía irse sin dar a su público lo que quieren de él, así que con sus «Flores Blancas» y el peso de unas alas que no le dejan volar, casi nos marchábamos, no sin antes cerrar por bulerías, ya los tres sobre el escenario y con la dedicatoria previa desde el mayor de los respetos a un Antonio «El Rubio» que por allí se encontraba, y al que Sorderita, como siempre arriesgando, quiso cantarle por Fandangos.
El que ha sido el recital más puro que yo he visto dentro de este fronterizo ciclo acabó con una sala abarrotada llenando de aplausos y admiración este espacio.
Fotos de Carmen Fernández – Enríquez.
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