La Sal de las Olas

Es la semana del gran Sabicas y, en la madrugada en que tiene lugar el acontecimiento que da sentido a esta crónica, ya han arrancado las conferencias y talleres, y también los conciertos en el teatro del Baluarte -con Cañizares y la Sinfónica, Carmen Linares, Arcángel y Marina Heredia con Tempo de Luz, más el homenaje tributado a Camarón por Duquende, Pedro El Granaíno y Guadiana– y las calles del casco viejo de Pamplona rebosan entusiasmo flamenco. A cualquier hora del día, en cualquier esquina o plaza y a fin de celebrar un ejercicio diríase que cultual de hospitalaria ósmosis, los transeúntes se acercan de modo espontáneo a los cantaores y bailaores con quienes por la calle se cruzan y, tras saludarlos muy respetuosamente, les dan la bienvenida a Pamplona, les confidencian los éxtasis de los que gracias a su arte se están beneficiando y los colman de piropos. Y ya hablaremos del extraordinario ambiente creado en torno a los balcones de la calle de la Mañueta, el Ayuntamiento y el Hotel La Perla. La verdad es que hoy Pamplona está de enhorabuena -y este es el acontecimiento a que aludíamos- gracias a que Miguel Morán y su Flamenco On Fire han prestado oído a los anhelos de una afición al tanto de que, de un tiempo a esta parte, anda por ahí un cantaor suscitando admiraciones donde quiera que hace vibrar su quejido. Nosotros le escuchamos en Madrid -en la Suma– con el mismo cuarteto al frente del que comparece esta noche en el Tres Reyes, sobre cuyo escenario han triunfado ya Martirio y Miguel Ángel Cortés -éste, con su Sonantas en tres movimientos– y está a punto de hacerlo el indomable tornado conocido como Tomasito.

Es cierto, sí, que no todos los días sale, o nace o descubre uno a un cantaor con estrella, pero no cabe duda de que así los aficionados navarros como los arribados a esta velada del Tres Reyes desde otras latitudes han encontrado en David de Jacoba una referencia difícil de olvidar. Naturales de Motril, él y su hermano Carlos empezaron a moverse con donaire por el mundo flamenco apenas, hace no demasiados años, se instalaron en los Madriles. Paco de Lucía se percató enseguida de la calidad del metal de David y del corazón con que cantaba y se lo llevó con él de gira. Fue su último cantaor. Aquella vuelta por el mundo le impulsó, le ayudó a levantar un esperanzado vuelo. Ahora surca los aires ya con alas propias y los ojos bien abiertos de un azor de buche hinchado. Visto a la luz de las lámparas del Tres Reyes, se nos antoja un halconero arábigo que hubiese aprendido en el Indostán, y no en el desierto, el arte de la cetrería. Es, pues, ave. Pero, por merlinesco quiebro, también dirige la caza.

¡Solemnidad y expectación! ¡Hielos que se derriten! Su hermano Carlos rasguea y punza la sonanta con solera, broncíneo tañido y sabor de primera calidad durante todo el recital, que congrega a tan buenos catadores como Ricardo Pachón o Velázquez-Gaztelu y a muchos flamencos -Pepe Habichuela, Salomé Pavón, Guadiana, Jolis Muñoz, José Maya, Carmen Linares, Marina Heredia… – sabedores de la valía de la voz en liza. También la percusión de Antonio Losada y el bajo de Joni Losada se ganan los olés a ley. En cuanto a David de Jacoba… Doy fe de que al menos a uno de los artistas presentes entre el público se le saltan literalmente las lágrimas de emoción mientras se estremece por siguiriyas, efusión acuífera reiterada durante sus melismas por fandangos y tangos. ¡Un cantaor que hace llorar de emoción, como los grandes de antes! Diagnosticados estos síntomas de catarsis, poco puede decirse más allá de que la velada transcurre entre olés y más olés y de que, por tanto, la sensación causada por el eco y maneras -¡esa siguiriya, señores!- de David de Jacoba es de las que colocan el listón fuera del alcance de la inmensa mayoría e incluso del de la privilegiada minoría.

Este cantaor transmite como pocos a los que hayamos escuchado. Suele suceder que el cantaor que vuelve locos a los gitanos, a la gran masa no le gusta y -al revés- que aquel otro por quien la masa se decanta en bloque, no nos termina de encajar a nosotros. Escasos fueron –Caracol, Camarón, Pastora, Porrina…- los que llegaron al corazón y el gusto de todos juntos, y no cabe duda de que David de Jacoba disfruta de la suerte de ser uno de esos pocos elegidos. Combinada con el afinadísimo desgarro de su metal, la pastueña templanza que empapa su cante hace tiritar al alma con ráfagas de tristeza. A veces, recuerda a la sal de las olas. ¡Que estas le conduzcan a todos los ricos puertos a que, por lo excelso de su arte, merece!

Es, de todas todas, un cantaor que hacía falta. ¿De los capaces de sostener sobre sus hombros una época? Estemos al tanto, porque… podría ser.

Fotos de Paco Manzano.



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