No sé si es factible fijar la fecha, hora y conjunción astrológica exactas del alumbramiento de Ketama, pero puede decirse que el guiso se cocinó a mediados de los 80 en los camerinos de Los Canasteros, el mítico tablao que había sido de Manolo Caracol, y de la mano de tres jóvenes flamencos entonces ganándose sus primeros olés y aplausos como meritorios en su cuadro: José Soto Sorderita, Ray Heredia y Juan Carmona, a quienes se sumarían posteriormente dos Habichuela más: Antonio y Josemi, éste tras la salida de Ray del grupo. Lanzados por Nuevos Medios tras su destete oficial en escenarios del Madrid de la Movida y con Candela un poco como cuartel general, pronto se convirtieron en un referente imprescindible para el paladeo de las nuevas inquietudes que la juventud gitana estaba acertando a incorporar a nuestra música tradicional.
Tras la repentina disolución de la banda luego de años de sonreírles la fortuna, cada cual siguió su propia senda: Antonio como vocalista, Juan en calidad de productor y guitarra flamenca de acompañamiento al cante y Josemi -que ya grabó en 2006 un excelente disco con Carles Benavent- dejando su impronta de compositor elegante y refinado en las aventuras más diversas. Ahora, a bordo del velero de Talento On Fire, regresan con una gira que les ha llevado ya a capitales como Madrid, San Sebastián, Granada y Sevilla, además de a la Cuba que ha sido fuente de inspiración importante para ellos, y un disco –De akí a Ketama– que es, mayormente, una recopilación de éxitos y en la que son de subrayar colaboraciones -Antonio Vega, Potito, Antonio Flores…- representativas del largo camino andado.
Atrás quedó, cuando se fueron, una época: esa en la que la música de Ketama resultaba inseparable de las noches bohemias de los jóvenes aficionados al flamenco, madrugadas que no se entendían sin el sonido de fondo de estos tanguillos recuperados en el álbum del retorno, como tampoco sin Viviré de Camarón, Blues de la frontera de Pata Negra, Sino sangriento de La Barbería del Sur, los tanguillos de Benavent o La niña del canastero de Potito. Y, coincidiendo con su regreso, ha decidido también tomar el tren de vuelta su pariente Joselín Vargas con un single evocador de aquel Vente pa Madrid suyo que fue el tema propiciador del fichaje del grupo por una Universal Music persuadida con razón de que Ketama podía triunfar más allá de los círculos de las discográficas independientes o los festivales de música étnica.
No todo el mundo puede permitirse volver, porque eso de las vueltas –Antoñete lo sabía bien- no es asunto ni mucho menos sencillo. Pero ya en uno de los especiales televisivos del último Fin de Año, en medio de un inacabable desfile de artistas de todo pelaje musical, fue Ketama quien, al menos para nuestro gusto, marcó la diferencia. Y es que, aparte de su condición de músicos de finísimo oído y exquisito gusto, debe decirse que, transcurridas dos décadas y en un panorama como el de hogaño, en el que los libros, los discos, las películas y sus autores nos convertimos en cuestión de meses en “antiguos”, el repertorio de Ketama continúa sonando actual, desprovisto de toda obsolescencia y con todas las especias en la olla para ser asumido como banda sonora por una nueva generación que no vivió aquellos tiempos, pero anda en busca de una que les ayude en la forja de los suyos propios. Y es que, si ellos hicieron en su momento mutis por el foro, su música quedó ahí. Más que de un retorno, pues, debiera quizá hablarse de un rebrote o reverdecer, por cuanto no asistimos, en rigor, sino a la recolección resultante de una siembra realizada en su día con semillas de mucha calidad. Nos han cambiado, pues, los tiempos, sí… Pero el compás y los acentos de Ketama -cosas de las energías renovables- nos auxilian en la tarea de volver a llevarlos a nuestro terreno.
Fotos de Carmen Fernández – Enríquez.
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