El sábado pasado tuvimos el placer de asistir a una clase magistral del maestro Jorge Pardo, que formaba parte de la programación de la Suma Flamenca de Madrid.
Lo primero que se percibe cuando una conoce a Jorge Pardo es su cercanía. Se nota que, como buen maestro, le gusta escuchar y tiene la humildad y categoría suficientes para respetar y aprender de todos los que le rodean.
En la clase, una luminosa aula de danza de los teatros del Canal, más que flautistas y saxofonistas, había amantes de la música de todas las edades. Todos escuchaban con admiración las sencillas palabras de Jorge vigilados por los espejos de la sala.
Empezó diciendo que no tenía mucho que contar, pero en seguida se vio que, una vez más, la que hablaba era su modestia.
Se presentó definiéndose a sí mismo como una paradoja. “Payo, sin familia andaluza ni de músicos, no sé bailar, no canto, y sin embargo me dedico al flamenco”.
En su casa de niño se escuchaba música de todos los estilos. Lo primero que cayó en sus manos fue una guitarra, aunque en seguida la cambió por la flauta: “Recuerdo como me impresionó el hecho de ser capaz de producir sonido con un instrumento”. En los años 80 coincidió por primera vez con Paco de Lucía en un estudio de grabación. Desde entonces colaboró con él y con otros históricos del flamenco en múltiples ocasiones, en lo que sería el comienzo de la introducción en el flamenco de instrumentos ajenos a la tradición más ortodoxa: “En ese momento no lo vivía como algo histórico, simplemente estaba disfrutando de lo que hacía, aunque siempre con una mezcla de dos sensaciones: la frustración, por la complejidad de los ritmos del flamenco, y la ilusión, por abordar algo que estaba todo por hacer”.
Aguantó sólo un año en el conservatorio: “La enseñanza entonces era demasiado sectaria y dirigida”. Se juntaba con compañeros a tocar jazz, rock, y otros estilos de música. Siempre ha sido muy ecléctico. Pero el flamenco le marcó. “Es una música tremendamente rica. El que no la conoce se sorprende de su complejidad, muchos músicos de muy alto nivel se quedan impresionados cuando se enfrentan a ella. Hace falta mucha preparación.”
Y después de esta primera charla, llegó el momento de sacar la flauta. Tocó poco, no le hizo falta mucho para dejarnos a todos con la boca abierta. “La manera de tocar la flauta para el flamenco no encaja en las pautas que se enseñan en las escuelas de música. Sin embargo, el flamenco es una música muy exigente desde el punto de vista de la ejecución, nítidamente rítmica, no hay nada en él que se escape del compás (…) Pero la interpretación del instrumento, la expresión, es lo que comunica, lo que emociona.” Y lo demostró interpretando con la flauta un quejío por seguiriya que nos puso el vello de punta.
Aprovechó el momento para romper varios mitos, como el que dice que el ritmo se lleva en los genes “el ritmo se aprende, igual que se aprende a hablar, pero lo aprende mejor el que en su casa, en su familia, desde pequeñito, lo tiene continuamente a su alrededor”. O eso del “flamenco puro”: “El flamenco es una música fusión desde su mismo crisol, surge ya con influencias musicales muy mezcladas”.
Y terminó con otra sabia reflexión “Como mejor se aprende es jugando, disfrutando, sin darte cuenta, y así es como hay que enfrentarse a la música. Está ahí para tocarla, y no hay una sola manera de hacerlo”. Y así se pasó la clase, volando, jugando, soñando.
Fotos de Carmen Fernández – Enríquez.
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