Tras la semana maratoniana del II Festival del Círculo Flamenco de Madrid, y aún con algunos ecos aflorando en mi interior, tengo esa sensación de calma y nostalgia que dejan a veces los temporales. Y es que sin duda estos días han sido como un viento huracanado que los aficionados madrileños hemos vivido desde la actividad trepidante, pues ha la gran programación concentrada en pocos días nos deja finalmente con el sentimiento de necesitar más.
Un día antes de que comenzara este festival fue la presentación del libro «Flamenco y Cine» de Carlos Aguilar y Anita Haas y comparaban el Flamenco con la droga. Sin duda es adictivo, cuanto más consumes, más quieres y más necesitas pero es una adicción elegida ya que no quieres desengancharte. Tal cual ha sido el festival, cada sorbo sabía mejor.
La filosofía del Círculo Flamenco de Madrid es en parte la de dar lugar a encuentros artísticos no fáciles de propiciar, sobre todo en un escenario, creando para ello el ambiente y aportando el calor que el arte y sus transmisores necesitan, y por ello, salen a flote recitales como el que arrancó el Festival con Antonio «El Marsellés», Rancapino, Enrique Pantoja y Diego del Morao. La mezcla de artistas profesionales y artistas que no han dedicado sus carreras a ello puede salir por Peteneras. Conlleva un riesgo para la organización no siempre atractivo de asumir, pero, cuando sale todo bien, a pesar de los dos millones de anécdotas que dejas en el camino, llegas al éxtasis, como con los sorbos de un buen vino o el poso de algunas drogas. Y tal cual sucedió, sin alardes de grandeza, sin necesidad de alargar el momento, hasta donde el duende llegue…. Y el duende se paseó por la Sala Off Latina sin inconveniente alguno.
Otra de las premisas a destacar es la creación de lazos entre diferentes espacios que dedican su actividad a la divulgación del Flamenco y esta asociación, y para ello, tanto el Corral de la Morería como el Café Berlín siempre tienen sus puertas abiertas. Por lo que la segunda jornada sucedía en el prestigioso tablao del barrio de las Vistillas. Con el Baile como protagonista y Pastora Galván para expresarlo, no fue menos encumbrado el Cante ni el Toque por el respetable pues José Valencia y Juan Requena dejaron sin aliento a Pastora que se inspiró de tal manera que sacó lo mejor de sí misma. Lo natural siempre acaba expuesto sin capacidad de retención y del eco de este gigante del Cante es complicado escapar para cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad.
Las actividades paralelas también sucedieron en este templo. Dos coloquios. El primero sobre «El Disco en el Siglo XXI» y el segundo con audiciones añadidas, con el título «Grabaciones Históricas» (1899 – 1936). Los invitados de excepción, José Manuel Gamboa, José María Velázquez – Gaztelu, Pitingo y Alberto Martínez y moderado por Elvira López Hidalgo para el primero y para el segundo, Víctor Monge Serranito, Miguel Poveda, José Manuel Gamboa y Carlos Martín Ballester como conductor del acto.
Es fundamental para un festival que haya una parte didáctica en la que el aficionado pueda compartir, escuchar, aprender, reafirmarse o incluso discutir opiniones sobre materias relacionadas y con personas dedicadas a este arte desde la trastienda. Es precioso ver a un Poveda emocionarse escuchando al Corruco, por ejemplo. Parar, templar y mandar….. Y no pudo haber mejor forma de concluir estas actividades que con una máster matinal del Maestro Rafael Riqueni. Esta fue la Misa de los Flamencos el pasado Domingo. Guitarra como religión y el sevillano como maestro de ceremonias poniendo su sensibilidad a servicio de sus pupilos.
Sensibilidad que una vez más mostró la noche anterior en Café Berlín donde se dio lugar a las tres disciplinas artísticas. El Maestro a la guitarra, Carmen Ledesma al baile y Pansequito al Cante.
Riqueni en solitario consiguió emocionarnos hasta por Alegrías. Una vez más con su humildad, su manera de estar en el escenario y su insuperable exquisitez a las cuerdas sacaba del público palabras de agradecimiento por entregarnos su arte.
Llega la Ledesma y revienta por Soleá. Con sus silencios, sus pausas, su forma de plantarse, su braceo tan sutil y el contoneo de caderas al que ni Beyoncé sería capaz de asemejarse. Al Cante Gabriel de la Tomasa y Antonio Moya acompañaba al toque. Palmas de Manuel Salado y Juan Motos.
Pansequito y Diego del Morao ponían la guinda a este pastel flamenco en el que se mezclaron aromas de diferentes tierras y estilos. De nuevo disfrutamos de este cantaor que contiene esa voz tan particular ingredientes absolutamente necesarios para apuñalar con quejíos los sentidos de cualquiera. Cuando pasó por Levante directamente disparó a dar y como no, final por Bulerías con el público en pie.
Y así, aplaudiendo, tenemos que terminar esta crónica sobre la segunda edición de un Festival que se ha consolidado y que pinta mantenerse mucho tiempo en el otoño flamenco de esta ciudad. Enhorabuena!
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