Noche del 24 de Mayo, este día es uno de los señalaítos en el calendario de mi memoria, porque siempre ha sido fiesta en Triana pues procesiona María Auxiliadora. Y me rondan recuerdos entrañables de mi infancia… Y así llegué al Teatro Fernán Gómez, queriendo encontrar en las calles madrileñas olores a flores para sentirme cerquita de mi tierra madre.
Una vez en el interior de la Sala Guirau y sentada en mi butaca, me concentré en el escenario y puse mi atención en los elementos que había. Unas sillas, unos banquitos, unos barquitos de papel, unos platillos, unos enormes cencerros… y de pronto delante de mí, entre el público aparecieron José Valencia y Segundo Falcón, y en el mismo instante salieron a escena los músicos y Andrés Marín recibiendo al cante que llega en las voces de estos dos grandes cantaores. Cantan hasta llegar al escenario y allí se unen voz y baile en el pregón de los caramelos de Macandé. Y comienza la “Carta Blanca” de Andrés Marín.
Yo quise en varias ocasiones acercarme, entrar en su espacio, compartir con él sus pensamientos, atraída por su inteligencia y su arte. Entre flashes y símbolos, me transmitió conocimento, naturalidad, esfuerzo, capacidad, valentía, emoción, tradición, flamencura, afición, belleza, jondura, pasión, universalidad… Y no sé cuantos más conceptos, muchos… Porque este artista con mayúsculas, no sólo baila excepcionalmente; tiene filosofía en su baile.
José Valencia, al que llamo desde mi profunda admiración, el titán del cante. Nos volvió a sobrecoger con su portentosa voz y dominio del compás. Por siguiriyas, ese romance… todo lo que canta lo hace bien. Y Segundo Falcón con su sabiduría en estos lares, aportó conocimiento y belleza vocal y musical al espectáculo. Dos invitados VIP para esta obra.
Andrés Marín y todos sus acompañantes, demostraron ser unos grandes músicos, pues todos percibimos cuanto de difícil era la composición. La “deconstrucción del baile”, como la deconstrucción en platos de un gran chef, no sé hace de un día para otro. Tiene mucho de investigación, esfuerzo y trabajo.
Mi estimado Salvador Gutiérrez a la guitarra, Daniel Suárez a la percusión, Raúl Cantizano con la zafoña y la guitarra eléctrica, y Javier Trigos con el clarinete, tocaron y crearon la atmósfera neceseria para conectarnos con el mundo de orden-caos de Marín. Estuvieron pendiente de él en cada paso, en cada gesto sin perder el compás. ¿Compás? Hago referencia en tono jocoso, a la canción de Chenoa: “cuando tu vas, yo vuelvo de allí…” pues ellos, cuando nosotros vamos, han ido y han vuelto varias veces… Me puse las manos en la cabeza en más de una ocasión, qué locura.
Quizás no entendiéramos nada, o quizás se trataba de no entender nada, y sólo sentir, y percibir la categoría de un artista que se mantiene bailando una hora y media sin descomponerse ni un segundo, consiguiendo emocionar al público. Que fue lo que hizo Andrés Marín, emocionarnos. A la gente joven que había, a los más y a los menos aficionados, a La Uchi y al Pelao, y otros compañeros presentes… todos los que estuvimos, nos levantamos de nuestros asientos para aplaudir con fervor y quedar rendidos a sus plantas…
Texto de Rocío Díaz.
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