Decía el Alejandro Dumas viajero que la inmortalidad comienza en la frontera, y a nosotros nos cae al lado la Raya de Portugal. No es que hablemos de los confines de la galaxia, pero el duende se cuela a menudo por los rincones más inesperados. Puesta en pie el año pasado y con el apoyo sin reservas del Ayuntamiento por una Salomé Pavón comprometidísima con el retorno a los cauces artísticos de siempre, tan maltratados por la pandemia, la II Noche de Arte Flamenco de Fuente de Cantos ha significado en primer lugar un paso adelante hacia el cruce de esa aduana que nos sigue separando de la vida artística tal como la conocíamos. Ya nos queda, pues, un poco menos para rebasarla. De hecho, si tenemos en mente que en septiembre se celebrará el Otoño Flamenco capitaneado por Paco Zambrano -este año, en homenaje a Cristina Hoyos- y que alguna otra iniciativa queda por ahí a falta de sólo un par de puntadas, se apreciará que, con el planeta hondo casi absolutamente en colapso, en Fuente de Cantos contamos con una programación flamenca que para sí la querría Nueva York.
Pero ha sido, además, una noche plena de duende y colorido, exuberante sin reservas, esta vivida apenas unas horas después de que la sonda americana Perseverance despegara rumbo a Marte siguiendo la estela de una emiratí y otra china. ¡Tres misiones al planeta rojo en apenas diez días! Y, mientras ellas surcaban los cósmicos océanos bajo la luz de las estrellas siderales, la Luna alumbraba con la suya, desde lo alto de la torre de la iglesia de Santa María de la Granada, los ademanes, manos enjoyadas y lances bailaores de los astros del flamenco que junto a sus venerables piedras se dieron cita.
Ante un público enmascarillado y reducido a la cuantía exigida por las medidas de seguridad, acomodado casi como en un señorial jardín del XVIII, los olés sonaron de continuo y a raudales para homenajear el baile por jaleos y soleá de José Maya. Uno ha nacido en el flamenco, lleva toda la vida en este mundo y, de alguna manera, ha visto algo así como en innumerables ocasiones a todos. Debo, sin embargo, decir, que sólo cuatro o cinco veces en la vida se ve bailar así, con esa categoría y autoridad y con ese duende aristocráticamente servido como en una balsa de aceite por bandeja. Porque es, sí, habitual salir del teatro recordando aquella patada para la historia o tal desplante de ahí ha quedado eso. Pero no lo es ni de lejos presenciar a un bailaor una actuación que ha constituido de principio a fin, del primer paso y gesto a los últimos, una acabada e irrepetible obra de arte.
A los toreros con duende les sucede mucho eso, que la faena de su vida a lo mejor no la cuajan en Madrid o Sevilla, ni en la feria de Bilbao. Mi abuelo la bordó en Sanlúcar, como Gijón, Toledo o Aranjuez fueron escenario de las de Paula, Cagancho y Pepe Luis… Así, José Maya, triunfador en los escenarios más selectos y prestigiosos del mundo, extraordinario bailaor afincado en ese París bajo los jardines de cuya Biblioteca Nacional quiere una antigua leyenda que yazca enterrada la momia de Cleopatra, traída por Bonaparte de su campaña egipcia, ha venido a acabar con el cuadro en Fuente de Cantos. Hemos tenido esa suerte. Compenetradísimo y al cien por cien en sintonía con los músicos -Paulo Molina al cante, Miguel y Juan Vargas a la guitarra, Ostalinda Suárez a la flauta travesera, Josué Suárez a la percusión y, con inesperado protagonismo, el bajo de un José Jiménez que lo bordó en los dibujos por soleá-, no creo que ninguno de los presentes olvide nunca su esbelta figura silueteada contra la torre del templo, como coronada por esa Luna que hilaría después en plata el blanco mantón de Salomé Pavón. La casualidad no existe. No en vano José Maya es coleccionista de pintura y tarde o temprano había de recalar en el solar pacense donde naciera Zurbarán y aportar su carisma a una noche que acabó viviéndose como un lienzo de éste, definido siempre por unos claroscuros que nunca pueden faltar en el flamenco. Me va a ser difícil no asociar ya para los restos su baile a esas falsetas de jaleos que Miguel Vargas engarzó para él por soleá con sentimiento único.
En los prolegómenos de la noche y tras los aires por martinete y toná aventados desde los balcones a modo de bienvenida por Salomé Pavón, Paulo Molina y Daniel Castro, Ostalinda Suárez ofreció jugando primorosamente con el fandango una vívida y destellante composición suya junto a Rosa Escobar, Josué Suárez y un Manolín García que, además de en calidad de acompañante, brilló también como concertista de exquisito gusto en la pieza por bulerías con que inauguró la segunda parte del espectáculo. El cante alante rompió plaza -a la izquierda, Domingo Díaz, guitarrista oficial de la peña a quien tantas noche de regocijo debemos- con un Daniel Castro que, merced al apoyo de Francisco Escudero Perrete, lleva tiempo dando que hablar para bien en los escenarios y peñas de la zona. Su metal rotundo y férreo denotó aquí por malagueña, tientos y fandangos que hay que contar con él para el relevo generacional tornado ineludible por el correr del tiempo. Sale de Fuente de Cantos interesando y con impronta de valor en alza.
Tras los viriles fandangos de Paulo Molina, alentador luego sin reservas del baile de José Maya, sonó la cálida sonanta de Juan Vargas para inspirar el cante por Levante, tangos y jaleos de un Alejandro Vega que es a día de hoy, junto con La Kaíta, el gran exponente de los cantes tradicionales de los gitanos de la Plaza Alta de Badajoz. Tío de Remedios Amaya, a mí Alejandro nunca me defrauda: siempre lo da todo, cuando se duele es de verdad y, si no te extrae el olé en esta letra, lo hará en la siguiente o en la otra. Nunca hay que esperar demasiado. ¡Marca de la casa!
Tras el enjundioso solo de Manolín compareció al fin Salomé Pavón, alma mater del festival, verso libre de dos dinastías egregias sin cuyo legado no sabríamos cómo rimaría el flamenco de hoy y cuyo cante por Levante junto a la guitarra de Juan Vargas destiló belleza sin paliativos. Después, ya incorporados al escenario Manolín y los demás músicos, su distinción y elegancia envolvieron su cante por alegrías, fandangos de Huelva, tangos, esa zambra caracolera que con tanto gusto y duende recrea junto a los Vargas y, con sentimiento de verdad, la bulería Ya no quiero ser, de Niña Pastori y Fernando Bermúdez. Sonaron a su vera a gloria los coros de Nuria Clavería y Rocío Contreras, los remates de Ostalinda y la profundidad y peso de la viola de Rosa Escobar, a fuer del inconfundible sello Porrina del cajón sobre el que tomaba asiento Josué Suárez. Lo mismo que Alejandro, Salomé es cantaora de corazón, de requemarse las entrañas y lanzarse con los ojos cerrados al abismo del duende, así que pegaron olés hasta los agentes de la policía municipal en una noche rematada en el fin de fiesta por una improvisada y sensacional patada por bulerías de Carmen La Parreña.
Comandado por los hermanos Vela, el Bar Salas ofreció durante toda la velada un servicio de mesas ejemplar. Por allí la peña flamenca casi en pleno, el arqueólogo Javier Rodríguez Viñuelas, Ramón Cotano inmortalizando todo en imágenes con su cámara y aficionados de lustre como José María Sánchez Tanito. Faltó Pepe Maya, el gran actor a quien todo el mundo esperaba. Y luego, a las tantas y de amanecida, más cante del bueno en el patio de la casa de los Sabán, que es hacia donde, últimamente, parecen conducir por aquí todos los caminos de la bohemia. Una noche, en suma, dirigida en todos los sentidos hasta puerto seguro por los vientos de la buena fortuna y a la que todo señala como en camino de consolidarse como una cita estival inesquivable. La verdad es que, ahora que Fuente de Cantos se ha destapado como primera potencia mundial en el flamenco, ya estoy soñando con el cartel del año próximo… Que será también de categoría. Ya lo verán y, si por lo que sea no pueden, en cualquier caso, se lo contaremos.
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