Echar hojas de muérdago o laurel a las lenguas de fuego danzantes sobre los troncos del hogar es buen recurso tanto para alimentar como para convocar a los duendes, que uno quiere siempre de su parte y propicios a sus anhelos. También lo es sentarse junto a la lumbre para, llegados ya los fríos y la noche y merodeadores los lobos en los lindes del bosque, proceder a la introducción de un disco compacto en la ranura del reproductor, placer que se ha convertido ya en una suerte de goce secreto, de minorías y casi, casi clandestino, por cuanto poca gente dispone ya de ese aparato o considera necesario adquirirlo, pese a haber disfrutado el ingenio de una vida mucho más corta que la de su abuelo el tocadiscos.
La casa que sirve este álbum es la Zamara Music de José Losada y José Luis de la Peña. Un chupito de escocés, y a disfrutar con los ojos cerrados del cante de Perrete, un eco con el gran Porrina como principal referente, pero que ha escuchado también muchísimo a Caracol, a Marchena, a Pastora, a cantaores semiolvidados de su tierra extremeña como Pepe El Molinero o Manolo Fregenal y que ha bebido a morro –aunque durante sus recitales sólo café con leche- en Jerez. De allí se ha traído a Manuel Parrilla para mojar sus pinceladas por soleá en los óleos de su paleta, un par de manos que han logrado dar color propio a los sonidos de siempre con un acariciar el diapasón y un rasgueo limpio y despojado de impurezas que esta noche, al lado de la chimenea, suena a foresta, candela y humo coloreado.
Crepitan los leños y el disco nos trae ecos de lo que debieron ser los aromas del Price, de la ópera flamenca, del café cantante acreditado por Chacón y don Ramón Montoya, de los fandangueros que entusiasmaban al público en las plazas de toros y, también, de compañía farandulera de gira por provincias en un relato de Aldecoa. Y es que Perrete es cantaor de gustos añejos con el que uno siente casi que retorna por un rato a esa vida anterior a 1914 en la que, según Kipling, aún no se había perdido la dulzura de vivir. Es frase que últimamente evoco a menudo, no por afán de repetirme, sino por sentir una curiosidad cada día más acentuada por una existencia sosegada, sin más complicaciones que las de orden natural.
La otra noche, a la presentación en Casa Patas de Quiso Dios, que así se llama este primer álbum de Perrete, fue a verle Perlita de Huelva, quien se puso en pie junto a él cuando, tras acordarse por fandangos de Caracol, El Gloria, Pinto y Valderrama, abordó el emblemático de Porrina. Ahora, en los surcos, degustamos los mismos aires alcalaínos por soleá que allí, y la granaína fina y ayuntada a un tributo a Yerbabuena, y esas siguiriyas con entrega sin reservas. A Perrete le bulle el cante en el pecho y lo suelta por tangos con esa convicción con que chisporrotea el ramaje quemado sobre la piedra.
Otro chupito, y a descansar. ¡Qué buena sombra tiene el cante de Perrete! ¡Y qué buen antídoto es, seguro, contra los malos sueños!
Fotos de Paco Manzano.
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