Con la pequeña ciudad en Alemania de Le Carré latiendo en el fondo de la bolsa de viaje, nuestro tren parte hacia una asimismo pequeña –pero rica en historia- urbe del norte de España. Y es que, recién acabados los encierros de Tafalla, apenas faltan horas para que en Pamplona –nuestro destino- suene el chupinazo de Flamenco On Fire. Viajamos en el mismo vagón que Pepe Habichuela, embajador oficial del festival, así que su benéfica presencia y protectora compañía nos ayudan a afrontar sin temor no exento de respeto el eclipse de sol que sobre el firmamento se cierne.
Fumado ya nuestro pitillo de supervivencia en el andén de Calatayud, ya sobre suelo navarro y tras pasar por el hotel para registrarnos y dejar los bártulos, la primera cita nos aguarda en Casa Sabicas, en cuyo cóctel de bienvenida Pepe Habichuela es recibido casi bajo palio papal. Allí tiene lugar el reencuentro con la gran familia On Fire. Abrazos a Miguel Morán, a Ricardo Hernández de Gaz Kaló, a Mertxe Labrador, a Sandra Gallardo, al cantaor Lele, a David Aztarain, a Javier Arza, a Bandolero, a Conchi Medina, a Luis y Azucena Jiménez, a Paco Suárez, a Loretxo Iñarrea de la televisión navarra, a Javier Lacunza, a José Manuel Gómez Gufi de El Mundo, a Antonio Parra de El País, a Pablo Calatayud y a Jesús Jiménez, que mantiene en alto en esta tierra el gallardete del toque por Melchor de Marchena y a cuyo primo Sansón, nos dice, le va a llegar de Francia una guitarra –La Faraona– que dará que hablar. Y como anfitriones, Jolis y Rico Muñoz, quienes, mientras Amparo Bengala y Salomé Pavón picotean canapés de la nutrida mesa, nos agasajan con uno de sus whiskies añejos: licor del siglo XIV, en frasco del XII y con hielos del XVII.
Llegamos, pues, más que ambientados al recital de Juan Manuel Cañizares en el Baluarte. Unos cuantas primaveras han transcurrido desde el primer concierto importante suyo a que asistimos. Fue en el Palau de la Música de Valencia, allá por el 94 y en un ciclo en el que estaban también anunciados Paco de Lucía y Lole y Manuel. La actuación de estos últimos hubo de ser cancelada debido a una afección de garganta de Lole y, enviado allá por ABC, aproveché para entrevistar a Cañizares. La conversación se alargó debido a salir en ella a colación el tema de la antidieta, un régimen alimenticio que él estaba siguiendo con excelentes resultados. Paco, Manuel y otros amigos, que nos esperaban para ir a tomar una copa, principiaron a impacientarse y, cada poquito rato, se nos acercaba Manuel:
-¿Habéis acabado ya?
-No. Pero nos queda poco.
Escuché a Paco, que acababa de sacar Live in America e iba embalado con Bwana Bwana King Kong, preguntarle:
-Pero, ¿de qué están hablando tanto estos tíos?
-De comida ecológica o no sé qué -repuso Manuel.
-Menudo coñazo. Diles que corten, que nos vamos ya.
Ni Paco de Lucía ni Manuel Molina han llegado en plenitud de facultades físicas a 2017, aunque su estrella como artistas no haya conocido ocaso y su música siga sonando cada día en el oído de nuestras almas. Segunda guitarra de Paco durante una década, Cañizares grabó con él su Concierto de Aranjuez y a su lado ganó la nombradía, el sitio y el cartel a los que su mentor le sabía merecedor, por lo que aquí sigue, y no sólo merced a la antidieta, y le tenemos hoy inaugurando las galas de este año con Al-Andalus, un homenaje por todo lo alto -y junto a José Antonio Montaño con la Sinfónica de Navarra- al músico que tanto representara para su carrera.
Entre medias del programa, la Sinfónica toca El Sombrero de Tres Picos de Falla, que bailara mi tía María con Wojzykowski en París, en sus días con los Ballets Rusos de Diaghilev. Por una cosa u otra, cada año, en cierto sentido, me “reencuentro” con ella en Iruña y con motivo de los fastos On Fire. A Cañizares le secunda “la otra guitarra”, como prefiere él decir, de Juan Carlos Gómez, y cosechan fuertes aplausos las pinceladas bailaoras de Charo Espino y Ángel Muñoz. Entusiasma Cañizares a la audiencia en sus toques en solitario, y yo en particular me quito el chambergo ante la rotundidad y la querencia abisal de su modo de filosofar en la boca de la guitarra, es decir, sobre la segunda mitad del diapasón. He leído que últimamente son muy pocos los salmones que pican el anzuelo en el Bidasoa, pero está claro que esa estadística no cuenta para cuando Cañizares lanza la caña de la apuesta por la afinación sutil.
Recibe, pues, clamorosas ovaciónes el concertista en su recital pamplonica. Y ya se han incorporado más bustos -Josemi Carmona, Miguel Ángel Cortés, Anya Bartiels-Suermondt…- al festival cuando, al rato y tras un año de ausencia, nos sumergimos en la sala de fiestas del Hotel Tres Reyes, el París flamenco en miniatura donde se celebra el Ciclo Nocturno de Flamenco On Fire y donde esta noche Martirio filosofa sobre su escenario acerca del desamor no desde la boca de la guitarra, pero sí desde la montura de las gafas, y cautiva a la audiencia con los recuerdos a su devoto modo a Caracol o Marchena y sus pausados desplantes y osados trinos, que surfean sobre la guitarra y el tres cubano de su hijo Raúl Rodríguez y el contrabajo y el acordeón siempre melancólicos de Javier Colina. Cuando Martirio canta La bien pagá en inglés, ya tiene el rabo cortado.
Es ya madrugada y a la puerta, mientras rompe a llover como cuando Boabdil lloró por Al-Andalus, y aunque esto no ha hecho más que empezar, Miguel Morán ya da vueltas en el magín a probables espectáculos a presentar en la próxima edición. Y nosotros nos vamos a acostar, porque mañana hay balcones y tiene uno que estar fuerte. Les seguiremos contando, Dios mediante.
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