Cincuenta años de cantaor y cuarenta y cinco de casado, celebrados en el mismo día y en el Teatro Nuevo Alcalá de Madrid. No está nada mal. Y con la garganta y el corazón en plena forma. Porque, en estos tiempos en que entre muchos están tratando de convertir el flamenco en un karaoke de susurros, dulzuras y gorgoritos ovejunos, a Manuel Moreno Maya El Pele le basta con abrir la boca para que se venga abajo el castillo de naipes y todo el mundo se percate de que el flamenco es otra cosa, sin nada en común con esas tonadillas de relamidos sollozos que ni untadas con nocilla resiste uno más de cinco minutos sentado en la butaca.
Y es que el peso flamenco es una virtud rápidamente reconocible y en la que El Pele juega con bastante ventaja. Sus invocaciones por siguiriyas y sus bulerías y su fandango por bulerías con el corazón en la mano se erigen en buena prueba de ello cuando, pasado ya el meridiano de la velada, salen a escena músicos como Jorge Pardo, Carles Benavent con su bajo que suena a sitar mediterráneo, Tino Di Geraldo o Lin Cortés y comienza de verdad a tomar forma una noche de bastante vaivén, en la que parece haberse dejado mucho margen a la improvisación y en la que no siempre cada artista parece haber sido emplazado de modo que haga lo que mejor sabe. Pero bueno, también vino bien un poco del caos previo a fin de mejor saborear, entre crujido y crujido, las alegrías de Sorderita o los sugerentes apuntes siguiriyeros de Toñi Fernández.
La noche del Pele fue como la tarde en que Cagancho, por cogida de Gitanillo, hubo de despachar seis toros. Corría el Año del Señor de 1930. Sólo cortó una oreja, la del sobrero del Duque de Tovar, pero la fecha quedó en la memoria, que es -piensa uno- de lo que se trata. Pues aquí, lo mismo. Tras cinco astados con su esto y su aquello, salió el sexto y, cuando dobló, flameaban los pañuelos… Circulaba, sí, el rumor de que Cataluña acababa de pasar a formar parte -con Bélgica, Holanda y Luxemburgo- de los Países Bajos, pero a nadie le inquietaba el asunto, porque toda la atención confluía en el metal del Pele, en ese lamento suyo por umbrosos aires fragüeros, mucho más que cincuentenario, pues -como señalábamos- es ya historia del flamenco y que no conviene dejar pasar ocasión de disfrutar.
¡Felicidades, Manuel! ¡Buena temporada y que el rumbo se mantenga firme!
Fotos de Carmen Fernández – Enríquez y Paco Manzano.
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