Ya el cartel de este concierto nos prepara para lo que va a suceder. Típico formato de Ópera Flamenca, la que tuvo su auge en los años 20 y 30 del siglo pasado. Aquella época previa a los tablaos en la que emergieron artistas tan destacados en la historia del flamenco como Angelillo, Pepe Pinto, La Niña de los Peines, Marchena, Manuel Vallejo, el Cojo de Málaga, Antonio Chacón, José Cepero, Manuel Escacena o Juanito Valderrama, o Niño Ricardo a la guitarra, por citar a algunos. A los que somos aficionados a conocer la historia del flamenco, solo con ver el cartel ya nos trasladamos a esa época en la que el fandango era imprescindible.
Antes de comenzar, comparto con ustedes que la culpa de esta denominación de “ópera flamenca”, según he leído, la tuvo la madre de la Niña de los Peines, Pastora Cruz Vargas. Un día escuchando a su hija un cante por siguiriyas le jaleó “ole y viva la ópera flamenca”, y desde entonces el empresario Vedrines denominó así su espectáculo en 1924. No solo tomó ese nombre aquel espectáculo, sino que sirvió para denominar toda aquella época en la que el cante se mezclaba con las variedades.
Esta Ópera Flamenca de Israel Fernández no tendría lugar ni en una plaza de toros ni en un circo como en la primera mitad del siglo XX, sino en la Sala Verde de los Teatros del Canal el 20 de octubre de 2021. En el escenario una silla de enea en un extremo y un piano en el otro. Sale Israel y el público lo recibe con un gran aplauso. Diego del Morao coge la guitarra hacia arriba, como antaño y empieza a tocar dejando por una noche su toque moderno con acordes transportados al que nos tiene habituados y se acuerda del toque añejo.
Fandangos para empezar, cómo no, luego por soleá y por levante acordándose de El Cojo de Málaga con su murciana “échase usté al vaciaero”. Israel con su atuendo imitando al de la época, pantalones de pinzas con tirantes y camisa blanca, iluminado con foco redondo, sin más florituras. Y tras otro inmenso aplauso, Diego sale de escena. Israel se sienta al piano. Comienza por milongas que él mismo se acompaña y ensalza con un toque básico pero con mucha alma.
Luego por seguiriyas y malagueñas acordándose de maestros como Manuel Torre. Cambio de tercio, nos lleva para La Habana con sus guajiras, con las que saca una sonrisa al público menos aficionado con la letra “dicen que tengo galbana y perrera pal trabajo […], no trabajo ya bastante de cintura para abajo”.
De nuevo al piano y para culminar, salen dos palmeros que junto a Diego del Morao nos trasladan al mismo Jerez. Casi diez minutos de bulerías, con sabor a taberna del siglo pasado, letritas cortas mezcladas con cuplés y falsetas que hacen bailar al patio de butacas.
El teatro en pie, aplausos y oles de aficionados, silbidos de jóvenes entorno a los veinte años que ha ido a ver a Israel. Entre el público cada vez más fans que a través del cantaor dedican su tiempo a adentrarse en el cante flamenco. Pide silencio y se despide por fandangos acordándose del Gloria.
Gracias Israel por este pequeño viaje en el tiempo.
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