BAJO LA MIRADA DE ZURBARÁN: SALOMÉ PAVÓN, ANGELITA MONTOYA, “PERRETE”, “LA PARREÑA”…
Acompaña el clima y responde la gente en la gala flamenca convocada en el solar natal de Zurbarán, en quien tanto aire de cantaor percibo en ese supuesto autorretrato suyo para el que se caracterizó como un San Lucas armado con paleta de pintor. De Badajoz baja Quique Herrera y, de Los Santos de Maimona, el cantaor Dani Castro. De Bienvenida llega un nutrido contingente encabezado por Pedro Regalado y el arqueólogo Javier Rodríguez-Viñuelas. De Sevilla, Luis Molina, presidente de la peña flamenca. ¡Nombre y apellido de guitarrista primordial y legendario! Por aquí anda el actor Casimiro Aguza, que en el otoño llevará Carmen a las tablas con Rodríguez-Viñuelas encarnando a Escamillo. Funcionan a tope la terraza del Salas y la barra de la Hermandad de la Paz cuando Paco Zambrano, micrófono en mano, da el pistoletazo de salida y, desde los balcones del Centro Zurbarán, José Dávila, Paulo Molina, Salomé Pavón, Angelita Montoya y Perrete nos regalan una ronda por martinete que da paso, sobre el escenario, al preludio instrumental de las guitarras de Miguel y Juan Vargas y el bajo de José Jiménez.
En el aire ya los dejes fragüeros, llega el momento de volver a la tierra, de consagrarse al cante sobre las tablas alzadas frente a la iglesia que alberga la talla de San Roque y junto a las palmeras en heroica lucha contra la plaga del picudo rojo. Rompe plaza José Dávila, eco bien conocido en las peñas y certámenes de la zona que, secundado a la guitarra por Domingo Díaz, tañedor oficial de la peña local y muy querido en Fuente de Cantos, aborda la malagueña del Canario, las alegrías de Córdoba y el fandango de Pérez de Guzmán -terrateniente poeta y cantaor- con fibra de valiente y entraña popular.
Hay ganas de escuchar a Paulo Molina, una garganta y una intuición de gran seguridad en el cante para el baile y que, alante, regala estremecimientos mamados en las vetas flamencas más auténticas, de lo que deja sobrada prueba tanto en su intervención en solitario por tangos como cantando a su mujer, con ese recuerdo al filo de la corbata al toreo de Manzanares padre, devoto del flamenco y amigo de Camarón que muy cerca de aquí, en su finca de Cáceres, entregara el alma una mañana triste de otoño. Hoy el eco de Paulo nos despierta la ensoñación de aquel natural sobre el ocre albero de Olivenza…
Es con el público ya metido en la faena cuando adviene el baile por soleá de Carmen La Parreña, a la que vimos por vez primera en el Otoño Flamenco de hace un par de años y nos dejó ese sabor añejo y serio de las bailaoras auténticas, artística impronta que sus maneras y acentos clásicos hoy refrendan y consolidan y que la concurrencia celebra con olés y aplausos en cada plante y cada figura rítmica. Se duele Paulo Molina, rellena y remata de maravilla -oído, compás y gusto- la flauta travesera de Ostalinda Suárez, gobierna el timón el cordaje de Juan Vargas y La Parreña recibe la ovación de los congregados mientras marcha con donosura hacia Egipto, que era como antiguamente se denominaba al tomar a compás de guitarras y palmas el camino del camerino.
Hay gente, se dice, que gana en las distancias cortas. La otra tarde, cantando en Badajoz a Antonio Ferrera y al toro por éste indultado, él en una barrera y el torero en la otra punta de la plaza, demostró Perrete que también en la larga distancia hay que tenerle en cuenta. Lo mismo ha sucedido esta noche, en que él y los demás cantaores en liza hacen los deleites de la afición tanto al medirse por martinete desde la balconada como cuando descienden hasta el proscenio a pie de calle. Además de cantar a Ferrera, Perrete viene también de ofrecer un recital en la Venta de Vargas, ser elegido presidente de la Asociación de Arte Flamenco de Badajoz y, hace sólo un rato, lucir su cante en la peña de Bienvenida, cuyo certamen de fandangos, por él ganado el pasado año, conoce dentro de unos días su nueva edición. Le toca Manolín García, fuentecanteño que anduvo hecho un león la otra noche acompañando a los artistas de Jerez -Antonia Núñez más Manuel, Dolores y Sole Moreno, hermanos de Tomasito– en la fiesta celebrada en casa de José Sabán y Rosa Ortega. La conjunción es excelente, pues ambos artistas -dos de los importantes de la joven cantera extremeña- se tienen muy bien tomada la medida. Perrete denota don escénico, conoce a fondo el cante antiguo, en los rizos de su voz fluyen ecos y destellos de la Ópera Flamenca y de la reunión de cabales y, al borde del escenario, se dobla al porrinesco modo para, en los fandangos, envolver a la audiencia en cálido abrazo refrendado por el rasgueo de Manolín. Presenta al público a su jovencísimo alumno Héctor Sierra, que honra las lecciones de él recibidas con un ovacionado fandango. Excelente también Perrete por tangos de Porrina y de Cantero, otro de sus palos fuertes.
Cae un montadito en el Salas. Junto a los camerinos charlan -que si Farina, que si Porrina– Zambrano, Miguel Vargas y Paulo. La alcaldesa nos trae una copa. Prosigue la noche. De Sevilla ha venido Angelita Montoya, hermana de Lole -la voz esfíngea- e hija de La Negra -una de las cantaoras que más nos han entusiasmado- y cuñada, además, de Manuel Molina, artista fuera de escalafón y siempre en el recuerdo. ¡No dejen de escuchar su disco Versos olvidados, con las guitarras de El Perla y Rycardo Moreno y el piano de Alejandro Cruz Benavides! Pone Angelita al rojo vivo la velada y muy alto el listón cantaor cuando, tras calentar por tangos, encaja por soleá y bulerías momentos inolvidables, de enorme hondura, con aroma a Caracol y a Triana y junto a un Juan Vargas que hace sonar su guitarra con categoría de grande. Es lo que ocurre cuando a un artista, en su noche, le roza el aleteo de la musa: la inspiración llega, la garganta responde, el tocaor se sumerge en el mismo trance y el corazón termina mandando en todo.
Salomé Pavón, cerrando el cartel de este brillante festival del que ha sido entusiasta impulsora y organizadora, echa el áncora en fondos cantaores limosos y bien abonados de fauna abisal. Opta siempre por la dulzura y por no olvidarse de glasear con su punto de azúcar el grito airado, procurando en todo trance tornar gustosa la bravura del cante… lo que esta noche nos recuerda que aquí, en Fuente de Cantos, como nos cuenta Javier Rodríguez-Viñuelas, fueron hallados algunos de los más antiguos indicios de domesticación del extinto uro. Frecuenta Salomé, como cantaora, sobre todo el estilo de su tío Tomás, pero es en este sentido más su tía Pastora, que supo orear como pocas los espacios claustrofóbicos. Secundada por las guitarras de Juan Vargas y el padre de éste, Miguel, las yemas de cuyos dedos derrochan siempre quintaesencia cara, se gusta y gusta por fandangos, soleá, tientos, zambra -en el recuerdo, esa reciente noche suya en el Teatro Alkázar de Plasencia- y en unas bulerías finales acicaladas con su baile característico, de chispazo y empaque. ¡Clase, elegancia y sabor!
Todo entre olés y aplausos y bajo la mirada complacida de Zurbarán, que no pierde detalle desde el medallón conmemorativo que preside la plaza, así como bajo las de Carmen Pagador y Luisa Durán, su concejala de cultura, en el brillo de cuyos ojos cree uno adivinar la decisión de repetir el evento el verano próximo. Sin duda que el insigne pintor, icono por excelencia de Fuente de Cantos, se congratulará de que así sea, pues debe sentirse un tanto sorprendido ante el insólito hecho de que nadie en esta magnífica velada haya cantado por jaleos, el palo más emblemático de la zona y que tanto gusta y pega en este enclave fronterizo donde antaño rindieran culto los celtas a la diosa Ataecina y, ya en la añorada Edad Media, resonaran los cascos de los caballos de la Orden de Santiago
Fotos Archivo VPF.
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