Noche de Temple en Jerez

La vida es pasar haciendo camino, y hoy hacemos alto en Jerez de los Caballeros, bastión templario, pues el Temple señoreó la región durante muchos años -la plaza de toros de Fregenal de la Sierra está, de hecho, edificada en el interior del recinto del viejo castillo- y donde, cruzado el puente levadizo, abre sus puertas la Peña Flamenca José Pérez de Guzmán, fundada en honor del célebre fandanguero y vecina, por cierto, del correspondiente coso.

También Jerez es villa acastillada en su día por los guardianes de Tierra Santa y esta noche, mientras sus murallas nos acogen, pensamos en que prosigue su marcha en Madrid, en la Sala García Lorca de Casa Patas y con el cante de Miguel de Tena -para muchos, rey de hogaño de los fandangos de cacería-, el ciclo dedicado al flamenco de Extremadura. A Jerez de los Caballeros viene hoy -y por eso nos hemos nosotros puesto en ruta- Extremadura Pura, que la formó por todo lo alto la semana pasada en la antedicha sala. Más cerca de aquí, en Badajoz, está pronto anunciado Israel Fernández con Carlos de Jacoba a la guitarra. Y dentro de no mucho cantará Samuel Serrano en la peña flamenca de Fuente de Cantos.

Pero vamos con Jerez de los Caballeros, donde tan a gustísimo se está en esta peña tan hospitalaria y que dispone de un espacio que para sí quisieran muchas salas de conciertos. Ahora que acaba de morir La Negra y que acaba también de irse Sridevi, reina del celuloide indio, y en vista del clima desabrido que por doquier alborota los foros supuestamente flamencos, donde el inmediato futuro parece abordarse con moral de derrota, un poco como en las playas de Huelva y Cádiz los dueños de los chiringuitos se esfuerzan por volver a poner medio en pie los palos del sombrajo tras el paso del huracán, sentarnos a escuchar el cante de Alejandro Vega y La Kaíta y las guitarras de Miguel y Juan Vargas nos invita inevitablemente a la reflexión. Y nos acordamos, en concreto, del Gran Timonel.

Y es que, cuando Mao Tse Tung ordenó detonar su primera bomba nuclear, un periodista preguntó a Nehru qué significaba para India la entrada de su vecino China en la era atómica, a lo que el político de la rosa en el ojal respondió algo así como: “Mire usted, es que nosotros estamos entrando ahora en la era de la bicicleta”. Ojalá su hija Indira hubiera sabido captar la ironía en vez de emular a la China materialista y atea, porque las explosiones nucleares son, sí, muy aparatosas e, indudablemente, todo un espectáculo, pero son sobre todo nocivas en extremo para la salud general. Pasa lo mismo, en cuanto a toxicidad, con los “activistas” obsesionados con mirar de paliar su impotencia y falta de cualidades como artistas enseñándonos a “avanzar”, a “innovar” y a “descubrir” cosas y facetas suyas que, por cuestión de buen gusto y ética, preferiríamos que -empezando por las rodillas- mantuvieran ocultas.

Por más siglos, en fin, que pasen, la seta multicolor de la bomba atómica no podrá nunca punzar nuestra sensibilidad con la sutileza con que lo hace la elegancia asolerada por los siglos de una espada templaria. ¡El Temple era el Temple! Es por eso que desde hace mucho acudimos sólo a reuniones flamencas en las que tenemos noticia de que se van a librar combates de verdad, y no masacres, genocidios o bacanales de sangre o sudor, y nada nos dice ni conmueve que se nos argumente que es que hay mucho trabajo y mucho estudio detrás de la bomba atómica. Los repartidores de butano trabajan mucho y los químicos fabricantes de insecticidas han estudiado ni se sabe, y no por ello nos sacan un olé. Y en el flamenco -en el fondo, en todo arte- se trata exclusivamente de eso, de suscitar el olé. Pero el arte, claro, no es ejercicio para acomplejados crecidos a base de chutes de histrionismo.

Precisamente temple es lo que esta noche y aquí, en Jerez de los Caballeros, sentimos que transpira y susurra en cada melisma, bordonazo, falseta o quejido de los flamencos de cuna integrantes de Extremadura Pura. El cante de Alejandro Vega nace de la más honda entraña, el suyo es arte dominado por el sentimiento y por el que hay que avanzar como alumbrado por la luz de un candil para, en el momento más inesperado, ser herido por sus impactantes fogonazos. Más allá de su siempre inspirada y esperada incursión por Levante, nos emociona por jaleos y esparce posos de genialidad en un fandango doliente de verdad. El de La Kaíta, brotado de la misma raíz gitana, tiene un mucho de feérico, de incursión sorpresiva de un hada, en medio de la oscuridad del bosque, para poner en fuga a los diablos acechantes en la maleza. Ambos curativos, sanadores, en cualquier caso, y no podía ser de otro modo cuando La Kaíta deja esta noche constancia de haberse convertido en uno de los más sabrosos intérpretes femeninos del cante por soleá de nuestra época. Y, como terapeutas caldeos de seguro afianzamiento en la tradición y sus remedios secretos, ahí están Miguel y Juan Vargas, por cuyos dedos tirita el secreto de los sones gitanos de esta tierra.

Invitada por sus compañeros a regalar una pincelada por bulerías y fandangos, Salomé Pavón contribuye con su duende al remate de una velada redonda en arte y atmósfera. Y es que no podía faltar eso, el fandango, en peña cuyo lar o penate tutelar fue un ilustre creador e intérprete por este palo. Con Juan Vargas pulsando las seis cuerdas, Kaíta se acuerda de Porrina, Salomé de Caracol y Alejandro de las candelas de la Virgen de los Remedios para poner broche de lujo a una gala plena –como siempre con Extremadura Pura– de intensidad y sabor flamencos.

¡Por algo no hemos escuchado, a la salida, los silbidos que las almas de los templarios, a decir de la leyenda, lanzan cada madrugada por las esquinas de esta villa para llamar a sus monturas! Y es que hoy, en Jerez de los Caballeros, el temple ha brillado sobre el escenario.

Fotos cedidas por Diego Gallardo.



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