Su cante solía inspirarlo la luz de aquella farola, pero en una ocasión, en noche cerrada y a la luz del cigarro, Camarón vio el molino y, cuando se le apagó el cigarro, lejos de perder el camino hacia él, nos lo dejó bien marcado. Pocos cantaores han fumado con tanto estilo como para convertirse en faro y luz perenne de toda una Vía Láctea de almas flamencas, y era de rigor que este año, cumplidos los cinco lustros de su partida física del mundo, brotaran los actos de agasajo a su viva memoria y su obra inmarchitable. Entre muchos otros fastos a reseñar, Jorge Pardo dirigió y presentó este año, en el arranque del estío, en el Conde Duque de Madrid y junto a los hijos del genio, un espectáculo para el recuerdo –Más allá de la leyenda– el mismo día en que la ONCE ponía en circulación -jugamos, pero no nos tocó- un cupón con su imagen.
Ahora, a Pamplona y al llamado de Flamenco On Fire han venido Pepe Habichuela, José María Velázquez-Gaztelu, Guadiana y Ricardo Pachón -director de Bodas de Gloria y El Ángel y productor de La Leyenda del Tiempo y otros discos fundamentales- a participar en el Baluarte en una mesa redonda en torno a su figura que he tenido el honor de presentar y moderar, tarea en verdad plácida tratándose de gente de carácter por lo general apacible y cargada siempre con jugosas remembranzas. Ricardo y José María han, además, pronunciado sendas conferencias: “Camarón” nuestro y “Camarón” en “Rito”. Y en el Baluarte, la víspera de este debate y entre charla y charla, ha soplado también sus añafiles el espectáculo Maestro, protagonizado por Duquende y Pedro El Granaíno y, como artista invitado, por Guadiana, cuyo hermano, Ramón El Portugués, fue –junto con Antonio El Rubio, El Chaqueta, La Perla, Joaquín El Canastero o Tina de Las Grecas, entre otros- uno de los cantaores a los que más contribuciones debe ese relámpago amasado de quejidos, acentos, caracoleos y cadencias hoy conocido por nosotros como sonido camaronero.
El patio de butacas está prácticamente lleno, y, más allá de la inclinación a rendir honores a un gran icono del flamenco, no tarda en constatarse el porqué. La aceituna, el boquerón en vinagre, la guindilla, la cebolleta… Todo, en una banderilla, ha de tener sentido. Los ingredientes son importantes, mas también su disposición y, esta noche, la perfecta colocación de las cuentas del collar –léase: el buen ensamblaje de los números del programa- es, junto con el estado de gracia de los artistas, factor determinante para que el espectáculo ruede.
De hecho, la conexión sentimental entre cantaores y afición es patente desde el primer momento: tanto, que la velada echa el cierre en su fin de fiesta con una tan sabrosa como insólita patada por bulerías de… ¡Duquende! Nadie que yo conozca recuerda haber visto lanzarse de espontáneo en esta suerte a tan tímido y reservado cantaor. Paco Heredia, tocaor habitual suyo desde hace años, es el primer asombrado. La verdad es que el terreno venía bien abonado desde los primeros lances de saludo de la noche, cuando, en el duelo inaugural de la misma con Pedro El Granaíno y por nana, Duquende salió arreando leña de verdad con ese eco suyo que, cuando se duele como él puede, se te mete en el alma. Los olés le otorgaron el triunfo. El Granaíno, empero, sacó casta y, resuelto a no dejarse ganar la pelea y con la guitarra de Patrocinio Hijo a su izquierda, calentó luego a la audiencia por soleá de Alcalá y Triana, para después ganarse la aprobación y el aplauso general por fandangos, palo por el que siempre larga velas con airoso poderío y en el que la gente, en sintonía con su buen momento, se le entrega. Duquende, en vena, siente por su parte que esta es su noche y no sólo rompe a cantar de soberbio modo por tangos y Levante, sino que pone por siguiriyas la parrilla al rojo vivo. Duendes oscuros le abrasan el centro del pecho cuando se exprime el izquierdo por este palo, cumbre de Manuel Torre, Caracol, Camarón, Indio Gitano y Terremoto y molde para el éxtasis atormentado perseguido siempre por el cante gitano. Brilla su argénteo metal con poder evocador, mas también con acento personal, pues Duquende -es importante decirlo- canta por Camarón, pero -y esto es clave- no le “copia”: es por ello que nunca le hemos escuchado cantar dos veces igual la misma letra. He aquí la diferencia entre los discípulos y los imitadores.
Y aquí está Guadiana, con quien Camarón contó para La Leyenda del Tiempo o Potro de Rabia y Miel y que aporta esencia, elegancia y sabor en su interludio como invitado. En la soleá por bulerías del Amargo, parte del histórico repertorio lorquiano acamaronado por Ricardo Pachón para aquel álbum histórico, deja bien sentado que también la dulzura y el sosiego arrancan los olés. Heredero de una cepa cantaora esencial, su decir el cante suena siempre con importancia, señorío y acento cabal.
Después… Pues, arropados todos por el clamor del consistorio, la salida a hombros, figurada por una intensa media luna por bulerías y tangos –los coros de Los Mellis, excelentes toda la noche- en la que Pedro El Granaíno vibra pletórico de entusiasmo y facultades, Guadiana gobierna el timón con paladar y sabiduría y Duquende, echando chispas, refrenda sus excelsas agonías previas hundiendo por tangos el estoque hasta los gavilanes. Pero hay que rematar un poco más, nadie quiere que esto acabe y, tras el referido broche de la patada de Duquende, la afición enfila exultante de dicha el camino hacia el vecino Tres Reyes, donde -aún da tiempo a cenar unas tapas- empieza otro concierto. Y es que ¡Camarón es joven y la noche On Fire, también!
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