Para bailar, igual que para amar, hay que parar, templar y matar, hay que parar templar y matar…Así, modificando un poco la letra del genial Diego Carrasco, resumiríamos el ARTE de Juan, Farruquito, y sus hermanos, los «TR3S Flamenco».
El espectáculo hay que ir a verlo, no se puede desgranar nada para no quitar la emoción ni las sorpresas al espectador, eso sí, los principales cantes como la Seguiriya, Farruca, Caña, Soleá… Están representados en el mismo. Haciendo un recorrido por el árbol genealógico del Flamenco y rescatando algunos palos casi olvidados.
La unión de los tres hermanos sobre el escenario es un auténtico escándalo. La complicidad que tienen fuera de las tablas aumenta aún más si es posible sobre ellas. Hay momentos de baile en trío y en pareja, pero también adquieren cada uno su protagonismo en solitario.
Manuel, el Carpeta, a pesar de su juventud, desprende sabiduría añeja, mamada obviamente de su abuelo y muy influenciada por la de su hermano mayor.
Farru tiene carisma, dentro y fuera del escenario. Su baile por Tangos es uno de los números más imponentes. Es una de sus preferencias a la hora de escuchar y de bailar y éso se transmite.
Juan, Farruquito, es el summun de la elegancia. Solamente verle pasear es un lujo para los sentidos. Con gritos de «maestro!» bailó desde el primer segundo del espectáculo, gritos del público que no cesaron en ningún momento de la actuación, jaleos a los tres nietos del Farruco, que no quisieron dejar de homenajear a su abuelo en alguno de los números.
Desde luego el protagonista es el baile, pero no podemos obviar la calidad del elenco artístico que acompaña a los Montoya: al cante María Mezcle, que estuvo inmensa, Pepe de Pura, impecable toda la noche pero por Levante dio auténticas puñaladas, Mari Vizárraga que añade flamencura, y Antonio Villar, digno hijo y heredero de su padre. Las cuerdas de José Gálvez y Raúl Vicenti, fieles y sabias acompañantes. De Juan Parrilla y su flauta travesera todas las palabras son pocas. Polito a la batería y Tomás al violonchelo cierran el círculo instrumental en el que lo importante es el Flamenco que sale de ellos.
Tras finalizar con el teatro en pie, un bis con todos sobre el escenario y los tres bailaores tocando la pandereta, volvieron a levantar al público como despedida.
Un espectáculo redondo lleno de emotividad, de pureza, de técnica y de amor a un arte cuidado al máximo en cada detalle. El Flamenco puesto en su lugar y hecho el absoluto protagonista de esta producción dignificada por los tacones de estos tres monstruos del baile. Sin duda uno de los montajes artísticos más importantes del año y al que auguramos un éxito abrumador tras sus 4 días de estreno en el Teatro Nuevo Apolo de Madrid.
Fotos de Paco Manzano.
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