El viernes 4 de noviembre hicimos doblete, y tras el recital de Manuel Fernández nos fuimos a La Peña el Duende para escuchar a una de las cantaoras vivas que mayor trayectoria tienen y que más ha significado en el Flamenco, Doña María Vargas.

María es de estas artistas que son grandes por sí mismas, no solamente cantando, donde ya no es necesario que demuestre más, pues uno va a verla por el simple placer de seguir viendo en el escenario a una figura emblemática, con un buen gusto y una historia incomparables. María es enorme porque es humilde, porque sigue haciendo sentir a cada persona que va a escucharla que el recital está dedicado a ella. Porque personaliza los cantes, se duele, se emociona. Como ella misma dijo casi entre lágrimas, porque necesita expresar, necesita cantar.

El concierto, en el que la cantaora fue acompañada al toque de Pepe Núñez, tuvo dos partes, siendo los cantes de columpio los elegidos para darle comienzo. Ella es gaditana así que eran imprescindibles las Alegrías y después, Fandangos para hacer un descanso y un cambio de vestuario.

Otra muestra más de la talla de la Vargas como artista, el respeto al público, el vestir sus mejores galas para salir a cantar, en una peña o en el escenario más grande que exista, para ella son igual de importantes. Y seguir sorprendiendo, pues tras unos minutos, salía María por Martinetes, unos escritos por su abuelo y que era la segunda vez que cantaba en su vida…. Puff! Arte por derecho!

Por Tientos y Tangos cantó por la Repompa y letras que se hacen en su casa, en sus fiestas y celebraciones.

Llegó el momento más esperado, las Seguiriyas, sello y marca de su familia, acordándose de su padre, emocionándose y llevándonos a las lágrimas.

Bulerías para rematar, con bis incluido y hasta alguna pataíta, poniendo en pie a los presentes. En pie ante su intervención de anoche, pero sobre todo en pie ante toda una carrera dedicada al Cante, ante una artista que sigue entregando el resto cada segundo, en pie ante la Señora María Vargas.