Ayer en Las Tablas, hubo una noche de «Encuentros». Lo que no consigan los del Círculo Flamenco de Madrid, no lo consigue nadie, eso ha quedado claro tras esta única velada flamenca.

El reto no era nada fácil, ni si quiera hasta el mismo día se podía asegurar que Antonio, «El Álvarez», fuera a venir. Y es que la magia de este tipo de artistas, su esencia, está precisamente en éso. Actúan por instinto, a golpe de pecho. Por eso ellos mismos no se consideran artistas, no están acostumbrados a «cumplir». Cantan cuando quieren, donde quieren y para quien quieren. Pues ayer Antonio quiso, y vino acompañado de su guitarrista de tantas y tantas ocasiones, Rubén Lara.

Rufo dirigía la tertulia. No se trataba de un recital, si no de compartir, compartir momentos, compartir anécdotas, entender mejor la personalidad de determinadas figuras, que siempre han existido y existirán, que cantan por gusto, por amor al arte y por derecho. Cantan porque su vida sin el Flamenco no tendría pies ni cabeza. No entienden de dinero, ni de horarios, ni de peloteos. Arte por el mero hecho del arte. Sentimiento al cien por cien.

Nada más comenzar, una música, el móvil del Álvarez, su mujer…¿Cómo no iba a cogerla? Incluso estando encima de un escenario yo creo que él niega un poco estarlo. Y así, entre amigos, se iba tejiendo una conversación en la que nos contaron como el malagueño veía en su casa desde niño cantando al Chaqueta, como éste llevaba a su padre (el de Álvarez) a las peñas para que cantase con él, porque tenía mucho que transmitir.

Nos cuenta como se ha criado escuchando al Gordito de Triana, Macandé, Juan Talega, Antonio de la Calzada, y por eso a él se le reconocen tanto sus fandangos. Porque es lo que siempre ha escuchado.

Contaba como Camarón se tiró con él por este palo, mientras tocaba el Tomate, como al primero que él escuchó fue a Porrina de Badajoz, y entre tanto sus vivencias, como le llevó el agua su casa y como ganó un bingo con lo que pudo comprar otra…En fin, una conversación previa a los cantes indispensable para conocerle mejor, imprescindible para que él sintiera el calor y quisiera cantar para nosotros. Y así lo hizo, por fandangos, por tarantos, donde yo casi muero, y por fandangos de nuevo, de Macandé esta vez.

Y así termina una noche (bueno, seguro que no, seguro que continuó hasta el alba) o por lo menos terminan estos «Encuentros», entre aficionados, incluida Mayte Martín, que vino de Barcelona solamente para verle a él, socios del Círculo, amigos y estos enormes artistas, que lo son aunque no se consideren, y si no, os dejo una sabia sentencia que anoche Antonio pronunció: » no le tengo miedo al escenario, le tengo muchísimo respeto, porque al público hay que tenérselo. El que no se lo tenga, es un mojón».

Esencia pura. Flamencura sin más. Gracias a cada una de las personas que habéis hecho posible que Madrid haya podido disfrutar de una noche irrepetible, y por supuesto, al Círculo Flamenco de Madrid.

Foto cedida por Diego Gallardo.