Flanqueados por los plátanos orientales sembrados en la vía de acceso al Hotel Rural La Fábrica, salimos de Fuente de Cantos para enfilar la Autovía de la Plata que lleva a Mérida, en cuyo Palacio de Congresos sube a escena Farruquito su Improvisao. Cruzamos el puente para reencontrarnos con un espectáculo tan sencillo y, a la par, bien concebido que, cuando lo vimos en Flamenco On Fire de Pamplona hace tres años y hace dos en la Suma Flamenca de Madrid, sus argumentos, luces y compases arroparon a su protagonista con un calor y un íntimo fuego tan acogedores que, por su euritmia, intensidad emocional y esplendentes hallazgos, su danzar nos fascinó como pocas veces. De hecho, aún conservamos en la memoria muchos momentos de su baile de entonces por siguiriyas y alegrías. Con Improvisao de Farruquito pasa, en fin, como con Anastasia de Anatole Litvak, la de Ingrid Bergman y Yul Brynner: que no te cansas nunca de revisitarla porque nunca te defrauda.
Viene a cuento el cotejo porque el arcano de mi vida -el literario, al menos- es el de la supervivencia o no de la Gran Duquesa Anastasia, un caso policíaco que empezó a intrigar al mundo tal día como el de hoy de hace justo noventa y ocho años, así que va en perfecta consonancia con mi travesía en pos de ese enigma el que precisamente hoy acuda a tratar de atisbar una vez más el misterio de Farruquito. Poco interesante asunto sería la vida sin las especias del misterio, esas índicas semillas que de cuando en cuando, con su aroma, amagan con desvelarnos un secreto -a veces luminoso, a veces terrible- para tornarnos por un instante plenos y sabios antes de regresar a la perplejidad que preside nuestro cotidiano devenir.
Si esta noche y en el curso del programa hay un velo que se descorre y un misterio que asoma no es en esta ocasión el de las alegrías, sino el de la siguiriya, invocada por la garganta de asolerados regustos de Pepe de Pura para que Farruquito, en este plante, aquel remate y esos sonetos a tacón con que impacta sobre las tablas y nos sobrecoge los corazones de cenital a cenital deja clara su condición de primerísimo espada del escalafón. Bordonea el buen pulgar de Manuel Urbina, vibran los ecos de Antonio Villar, María Vizarraga y Encarna Anillo, suena la percusión de Paco Vega, curtidos todos en la cuadrilla farruquera, y no cesan de sonar en el patio de butacas los olés para el bailaor y su formación. Entonces, vuelve a saltar la chispa con ese lentísimo natural barriendo el albero con la chaqueta, que luego Farruquito se echa al hombro como en las fotos vemos que hacía Joselito El Gallo con la capa al rematar una larga a uno de Murube o de Veragua. Entre medias, sentencias de honda acuñación bailando el cante por soleá y bulerías con soberano empaque y gitanísimo donaire.
Luego, la reverencia al público rendido. ¡Fin de fiesta! Son los postreros fulgores del misterio entrevisto y gozado aquí, en Mérida, donde ha sido… y desde donde, prendidos aún a los últimos compases de la gala, se lo contamos.
Foto de Archivo VPF por Carmen Fernández – Enríquez.
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